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¿Tragedia?... |
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¿Tragedia?...¡mejor comedia! | ||||
Nuria Rodríguez Gonzalo
¿Tragedia?... ¡mejor comedia!. Divertimento jurídico-literario.
"Ante esto yo sugeriría una campaña; no arremeter contra las costumbres con la espada flamígera de la indignación ni con el trémolo lamentable del llanto sino poner en evidencia lo que tienen de ridículas, de obsoletas, de cursis y de imbéciles. Les aseguro que tenemos un material inagotable para la risa. ¡Y necesitamos tanto reír porque la risa es la forma más inmediata de liberación de lo que nos oprime, del distanciamiento de lo que nos aprisiona!". Rosario Castellanos.
Quienes han leído Antígona de Sófocles recordarán que el gran conflicto que desencadena esa tragedia tiene que ver con el choque entre la ley de la ciudad, impuesta en este caso por Creonte, Rey de Tebas; y la ley de los afectos o de la ‘familia humana’ que es la que Antigona siente el imperativo de obedecer. Se trata de dos leyes que, en este caso particular, son totalmente incompatibles y nuestra heroína sabe que debe obedecer la ley de los afectos –o del Humanismo radical, diría Erich Fromm–, aunque por ello sea castigada con la muerte. Sólo quien lea esta obra, o la haya visto representada (hay versiones completas y gratuitas en Internet), sentirá a fondo la magnitud de la tragedia, los argumentos en juego y las dramáticas consecuencias que se desencadenan en este dilema.
Pensando en esto se me ocurre el anacronismo de imaginar una Antígona moderna y cosmopolita que bien podría haber cantado a Creonte algunas estrofas de esa maravillosa trova compuesta por Silvio Rodriguez y que dice: “¿Te molesta mi amor? Mi amor de Humanidad, y mi amor es un arte en su edad…Mi amor, es un amor de abajo que el devenir me trajo para hacerlo empinar…Mi amor abre pecho a la muerte y despeña su suerte por un tiempo mejor. Mi amor, este amor aguerrido, es un sol encendido, por quien merece amor”. Porque Creonte y la ley de la ciudad que él representa es lo contrario a ese amor por la Humanidad con mayúscula, representado por Antígona quien, en el fondo, nos muestra la mezquindad del déspota y de las pequeñas patrias excluyentes.
Pero como este divertimento no pretende ser una tragedia sino todo lo contrario, utilizo la dramática contradicción que se planteaba en Antígona para referirme, acto seguido, a otras obras literarias que nos muestran sendos ejemplos del conflicto entre la ley de la ciudad y la ley de los afectos, resuelto de manera alternativa y poniendo en evidencia, en cada caso, lo que en las costumbres y en las leyes de los Estados hay de ridículo, de obsoleto, de cursi y de imbécil, para decirlo con Rosario Castellanos; mostrando de paso que la ley de los afectos, que elige la vida y el amor a la Humanidad, se coloca por encima de las mezquinas y excluyentes costumbres representadas por las leyes estatales.
Pienso ahora en Lisistrata el personaje femenino creado por Aristófanes, el gran comediógrafo contemporáneo de Sócrates, y recuerdo la manera divertida en que el autor se las arregla para cuestionar la guerra mostrando, a través de divertidos argumentos, lo que las conflagraciones bélicas tienen de ridículas e imbéciles y provocando, de paso, que quienes leemos o vemos representada esa encantadora obra de teatro, nos cuestionemos el tema gracias a las razones y a los sentimientos que mueven a Lisistrata y sus seguidoras a desobedecer la declaración de guerra decretada en sus respectivas ciudades y a buscar una solución alternativa al conflicto.
Para quienes no hayan disfrutado de esa divertida y siempre actual obra de teatro resumo diciendo que Lisistrata es un nombre que habla por sí mismo ya que en griego significa, literalmente: “la que desintegra ejércitos”, o también: “la que licencia a los soldados de los ejércitos”. Y como deseo sinceramente que quienes no han visto o leido esta obra la busquen, me limitaré a citar algunos párrafos tomados de un estudio preliminar escrito por Antonio López Eire, quien en vida fue catedrático de filología griega de la Universidad de Salamanca y realizó una detalladísima traducción y profundo análisis en el libro: Lisistrata (Editorial Hespérides, Salamanca, 1994).
Según dictaba la ley de su ciudad, Lisistrata tenía que apoyar incondicionalmente la guerra que Atenas sostenía contra Esparta y sus aliados. Sin embargo, como explica López Eire: “…nuestra simpática heroína piensa de otra manera, de forma radicalmente distinta, y, a decir verdad, de modo muy moderno. La guerra es a todas luces y en todo momento una calamidad que por tanto no conviene a nadie, una rémora y un lastre que a toda costa hay que evitar. La guerra es una catástrofe y un descalabro porque no puede terminar sino en la ruina de los contendientes, porque es realmente un estorbo y un impedimento de la vida material y espiritual de los individuos, de las familias que se albergan dentro de los muros de las ciudades. Las mujeres están hartas de parir hijos para enviarlos a la guerra a que se los maten en los distintos frentes, y de vivir privadas de sus maridos que están bien lejos en campaña”.
Es por esto que Lisistrata inventa la estratatagema que obligará a los contendientes a firmar la paz: “las mujeres jóvenes de Atenas, Esparta, Tebas y Corintio mantendrán huelga de deberes matrimoniales y maternos en sus relaciones con sus respectivos maridos e hijos, reacias al cumplimiento de sus obligaciones de esposas y de madres hasta que los duros varones firmen una paz estable y duradera. Y las mujeres atenienses ya añosas, por su parte, se apoderarán de la Acrópolis y la ocuparán para evitar que los politicos belicistas obtengan de los tesoros allí depositados los medios para seguir financiando la guerra obstinadamente.”
Leyendo cualquier traducción de Lisistrata, asistiendo a una representación o escogiendo alguna de las versiones teatrales o cinematográficas que se encuentran fácilmente en Internet, sera suficiente para disfrutar de la comicidad y el vigor de los argumentos que llevan a Lisistrata y sus seguidoras –mujeres de ambos bandos en contienda, no hay que olvidarlo– a escoger la ley de los afectos por encima de la ley de la guerra decretada en sus respectivas ciudades, y mostrando lo que ésta última tiene de ridícula, obsoleta e imbécil.
Al igual que en el caso de Antígona, imagino una escena imposible porque visualizo a Lisistrata cantando otras estrofas de la misma balada de Silvio Rodríguez, pero esta vez dirigida a los hombres que le recriminan, furiosos, su falta de apoyo a la guerra. Y la escucho decir: “¿Te molesta mi amor?. Mi amor sin antifaz, y mi amor es un arte de paz….Mi amor no precisa fronteras; como la primavera, no prefiere jardín…Mi amor, el más enamorado, es el más olvidado, en su antiguo dolor…Mi amor, este amor aguerrido, es un sol encendido, por quien merece amor.”
Pero Antígona y Lisistrata no son las únicas heroínas que se han decantado por la ley de los afectos en lugar de segur ciegamente la ley de la ciudad. Hay otras protagonistas literarias que, a su manera, también han librado una batalla entre las dos leyes y se han decidido valerosamente por seguir el dictado de los afectos. Una de ellas es la protagonista del cuento De noche vienes; escrito por Elena Poniatowska (Editorial sudamericana, Buenos Aires, 1999). Historia graciosa y extraordinaria que fue llevada al cine por el director Jaime Humberto Hermosillo, en 1997, con el título: De noche vienes, Esmeralda; película nominada al Goya en 1999, como mejor filme extranjero de habla hispana. El guión de la película fue escrito por Hermosillo en colaboración con la misma Poniatowska, quienes ampliaron la historia logrando, en mi criterio, un mensaje más cosmopolita. El papel de Esmeralda lo interpreta la maravillosa y siempre seductora María Rojo, ¡hay que verla! (pienso ahora en otra de sus actuaciones en la película Danzón, cine independiente, de ese que se complace en la lentitud...lleno de imágenes evocadoras).
Pero, volviendo a Esmeralda, tengo que empezar diciendo que la detiene la policía justo dentro de la iglesia, precisamente en el momento en que va a contraer matrimonio, así que la atrapan vestida de blanco… como manda la ‘virtud’. ¿Por qué cae en manos de la justicia?, pues, porque la ley de la ciudad – o del Estado diríamos ahora–, no está de su parte, y es que Esmeralda es arrestada porque va a casarse, sin divorcios previos ...por sexta vez. La causa penal contra la protagonista es instruida por un juez más rígido que el mismísimo Creonte; o sea, por uno de ésos que, como el tío de Antígona, no soportan que la ley de los afectos esté por encima de la ley de la ciudad; con la diferencia fundamental de que Antígona se ve obligada a optar por una de las dos leyes y por eso el asunto termina en tragedia, mientras que Esmeralda se las arregla para encontrar una salida alternativa al conflicto…¿será por eso que el asunto termina en comedia?, mejor sigamos.
En la película se observa que todo el proceso judicial contra Esmeralda se desarrolla frente a un retrato de Sor Juana Inés de la Cruz y este es un dato muy significativo para las mujeres en general, ¿por qué?... ¡por favor!, ¡no vamos a cambiar de historia!, baste con recordar la película Yo, la peor de todas; de la directora María Luisa Bemberg, basada en el libro: Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe, escrito por Octavio Paz. Y si eso no te parece suficiente, aprovecho para recomendarte la lectura del libro Poesía Amorosa de Sor Juana Inés de la Cruz (Fontamara, México, 200), especialmente ese poema que se encuentra en el capítulo La filosofía y el Amor, donde ella: Arguye de inconsecuentes el gusto y la censura de los hombres que en las mujeres acusan lo que causan; y que, entre otras cosas, dice: “Hombres necios que acusáis a la mujer sin razón, sin ver que sois la ocasión de lo mismo que culpáis; si con ansia sin igual solicitáis su desdén, ¿por qué queréis que obren bien si las incitáis al mal? […] Opinión, ninguna gana, pues la que más se recata, si no os admite, es ingrata, y si os admite, es liviana…”.
Y sigue… ¡sigue!, pero dejémoslo hasta ahí porque ahorita la protagonista es Esmeralda que, como te decía, se encuentra inmersa en un proceso penal, acusada de poligamia. Su juez y verdugo, indignado ante la tranquila convivencia de Esmeralda con sus cinco maridos –casi seis, cuando la atrapan–, inicia el interrogatorio preguntándole con reproche: “¿Pero usted, ¿no sufre?” a lo que ella responde con total inocencia: “A veces un poquito, cuando me aprietan los zapatos...”. Porque a Esmeralda eso de sentirse culpable no es cosa que la apasione y preocuparse o sufrir, ¡menos!.
Claro que surgen algunas preguntas delicadas, por ejemplo, esa estrictamente personal que el Juez no tarda en hacerle: “¿no confunde usted a uno con otro?.” Entonces la protagonista, que se jacta de ser muy observadora, le contesta con absoluta convicción: “¿Que si los confundo? ¡Oh, no, señor juez, son tan distintos!” por lo que el Creonte judicial, no contento con la respuesta, arremete de nuevo: “¿Nunca tuvo usted una duda, un tropiezo?.” A lo que Esmeralda responde con energía: “¿Cómo podría tenerlo?...los respeto demasiado”.
Para abreviar, Esmeralda sigue relatando sus amores "con ojos luminosos y confiados", explicando lo que bien se podría resumir con la bella frase de un filósofo mediterráneo: "Il cuore segreto dell'orologio si scompone in tanti cuori segreti", e incluso manifestándole al juez que sus maridos lo aceptaban todo, con tal de verla, y que ella siempre les puso como única condición, el no abandonar su carrera de enfermería, porque a este personaje femenino de la Literatura contemporánea le sucede lo mismo que a Doña Flor, la otra heroína a la que pronto me referiré: ambas se sienten muy orgullosas de tener un trabajo remunerado y, sobre todo, de no depender económicamente de los hombres.
Pero volvamos, una vez más, a Esmeralda y sus confesiones que van enojando cada vez más al Creonte de turno quien, ya furioso, sostiene el siguiente dialogo con ella: “¿que no se da cuenta de que vive en la promiscuidad más absoluta, que engañó, que en-ga-ña, que usted no sólo es inmoral sino amoral, que no tiene principios, que es pornográfica, que el suyo es un caso de enfermedad mental, que su ingenuidad es un signo de imbecilidad, dad, dad...–empezó a tartamudear–, ¡Gentes como usted minan nuestra sociedad en su base, destruyen el núcleo familiar, son una lacra social!. ¿Que no se da cuenta de todo el mal que ha hecho con su conducta irresponsable?. –¿Mal a quién? –chilló Esmeralda.–A los hombres que engaña, a sí misma, a la sociedad, a los principios de la Revolución Mejicana”. Y a toda esta perorata, Esmeralda responde imperturbable: “¿Por qué? Los días compartidos son días felices, armoniosos, que a nadie dañan”.
¡Ay!, si pudieras ver la reacción del inquisidor ante semejante respuesta: ¡cómo se encoleriza!, con decirte que está a punto de sufrir un soponcio pero se aguanta, respira hondo, continúa: “¿Y el engaño?”. A lo que Esmeralda responde con levedad: “¿Cuál engaño?. Una cosa es no decir y otra cosa es engañar”. Respuesta que no convence al Creonte Judicial, quien ya muy molesto le dice que ella es una cualquiera y que eso mismo es lo que van a pensar todos sus amores si se enteran de lo que hace. Y entonces, ¿con cuál arma crees que se defiende Esmeralda?, pues... ¡con la verdad relativa!, porque responde: “No creo que piensen lo mismo, todos son distintos, yo no pienso lo mismo que usted, ni podría”.
Pero ya no quiero seguir con la narración de del cuento porque, de nuevo, lo que más me gustaría es que podás leer ese divertido relato o, mejor aún, disfrutarlo viendo la película que, como te dije, va más allá del cuento, sin dejar por ello de respetar el fondo del argumento y su totalmente inesperado final de comedia. Además, con lo dicho hasta aqui, espero haber ilustrado con claridad que Esmeralda se decide con franqueza y valentía por la generosa ley de los afectos, y no por la mezquina ley del Estado, según la cual, un ser humano no puede comprometerse y amar eróticamente a varias personas…al mismo tiempo.
Esmeralda, al igual que Antígona y Lisistrata, bien podría cantarle al Creonte de su historia: “¿Te molesta mi amor? Mi amor de surtidor, y mi amor es un arte mayor. Mi amor es mi prenda encantada, es mi extensa morada, es mi espacio sin fin…Mi amor no es amor de mercado, porque un amor sagrado no es amor de lucrar. Mi amor es todo cuanto tengo; si lo niego o lo vendo, ¿para qué respirar?...Mi amor no es amor de uno solo, sino alma de todo lo que urge sanar.”
Lo mismo sucede con la protagonista de esa portentosa novela de Jorge Amado que lleva por titulo Doña Flor y sus dos maridos (Oveja Negra, Colombia, 1984). Sé que hay varias versiones para cine, teatro y televisión de esa inolvidable obra –mi preferida es la que dirige Bruno Barreto, en la que actúa la cautivadora Sonia Braga en compañía de los simpatiquísimos José Wilken y Mauro Mendonca–; sin embargo, contrario a lo que sucede con la Esmeralda de Elena Poniatowska, en el caso de Doña Flor las representaciones se quedan cortas con respecto a la novela de Jorge Amado…¡hay que leerla!. Si ya gozaste de esa obra literaria estarás de acuerdo conmigo en que su autor ilustra, con lujo de detalles, el anhelo ‘humano, demasiado humano’ de vivir en dos ámbitos. Uno de esos espacios o mundos es el que llamamos real y el otro es el mundo imaginario o virtual: cargado de evocaciones, ensueños y de las “posibilidades excluídas, pero no eliminadas” por la realidad vencedora. Posibilidades que siguen dando vuelta en nuestra mente y toman fuerza cada vez que pensamos o fantaseamos con lo que habría sucedido si... Pero volviendo al argumento de la obra, resulta que disfrutando de la lectura de Doña Flor –al igual que sucede con Antígona, Lisistrata y Esmeralda– observamos, con delicioso detalle, la lucha tenaz que libra la protagonista cuando se ve obligada a escoger entre la ley de la ciudad y la ley de los afectos. Esta batalla es descrita por Jorge Amado de la siguiente manera: “De un lado la ley, los ejércitos del prejuicio y del atraso…De otro lado el amor y la poesía”. Y es que, en mi opinión, seguir la ley de los afectos en el fondo es decidirse valientemente por “el amor y la poesía” o como diría Freud en su intercambio epistolar con Einstein, es “cultivar un eros menos cómplice con el instinto de muerte”, para alcanzar ese grado de humanidad planetaria que nos permite estar por encima de los prejuicios, el atraso, la cursilería, la ridiculez y la mezquindad de las leyes que perpetuán los excluyentes Estados nacionales. Porque optar por la ley de los afectos es, en el fondo, gozar del sentimiento y la convicción de ser ciudadanas y ciudadanos del Mundo, es trascender las fronteras de las pequeñas patrias a las que se refiere Eligio Resta en Il diritto fraterno (Laterza, Bari, 2005). En ese agudo y visionario libro –tratando de aclarar las caracterizticas de un Derecho inclusivo que llama al cosmopolitismo–, nos explica el autor que el Derecho Fraterno (prefiero llamarlo ‘Sorofraterno’, hermosa palabra que nos regaló Yadira Calvo), es un Derecho cuya mirada va dirigida a la Humanidad como ‘lugar común’. Y dentro de las propuestas que nos resume el mismo Eligio al final de esa obra nos dice que el Derecho Fraterno: “Es la apuestra por una diferencia respecto a los otros códigos que miran a la diferencia entre amigo y enemigo; en esto es particularmente instructivo el modelo kantiano de Menschenfreund que Freud y Einstein releen en su debate de los años treinta sobre la guerra.” Recordemos que Menschenfreund es la persona “amiga de la Humanidad” que, precisamente por ello, logra salirse del código amigo/enemigo y se coloca en un puesto de observación más alto. Para este autor mediterráneo que ha trabajado mucho el tema de la violencia y su “phármakon” es importante tener claro que la vida “excederá siempre al derecho, y un buen modelo de convivencia juridica debe evitar colonizar siempre y a cualquier costo la intimidad, dejando espacio a la ‘soberanía’ de cada persona sobre sí misma: no la soberania centralista de un Estado, de una mayoría, de un poder de gobierno, sino la de cada quien sobre su propia vida, sabiendo que tal vez ahí esta más cerca el espacio compartido de la solidaridad.” (ambas citas de este libro son traducción libre). ¿Por qué te recomiendo todas las obras que menciono? Sencillamente porque quiero pensar que, después de saborearlas, tendrás mejores razones y pasiones para optar –si es que no lo has hecho ya–, por la cosmopolita ley de los afectos; y para luchar contra las mezquinas leyes estatales que se le opongan, así como para perder el miedo de desarrollar plenamente tus dos ámbitos de vida: el real y el virtual. Porque si doña Flor se limitó a experimentar su vida soñada de manera íntima en un mundo de fantasia que sólo ella podia sentir, resulta que en la actualidad, esa vida que guarda las “posibilidades excluídas pero no eliminadas”, bien puede explorarse a través de lo que el jurista Stefano Rodotá llama nuestro ‘cuerpo electrónico’ o virtual. Pues ahora vivimos en la era informática y afortunadamente cada día un número mayor de personas tenemos acceso a Internet y a las telecomunicaciones convergentes (redes sociales, correos electrónicos, transmisión de imágenes, videollamadas, etcétera). Y así como estos medios tecnológicos nos permiten accesar al conocimiento, también sirven para desarrollar nuestra vida virtual: esa que, más que nunca, nos convierte en parte de la llamada “inteligencia colectiva”, y que demuestra que los seres humanos somos siempre “algo más que la suma de las partes”. En el bello poema de Alfred Tennyson titulado Ulises, el protagonista reconoce con sinceridad: “I am a part of all that I have met” , y ese verso me remite a lo declarado por el periodista Ryszard Kapuscinski, en una de sus últimas entrevistas (publicada hace años en el Semanario de la Universidad de Costa Rica): “La distinción entre lo que es cosecha propia y lo que se absorbe de fuera resulta cada vez más difícil. Y, así cada vez somos más compositores o arquitectos. Nuestra visión del mundo adquiere involuntariamente rasgos cubistas. Inconscientemente participamos de un proceso creativo colectivo. Resulta prácticamente imposible saber quién escribe a partir de un yo auténtico, ese yo auténtico ya no existe, ese yo femenino, masculino, o neutro, ha dejado, en rigor, de existir. La cuestión del talento y la individualidad se reduce cada vez más a una cuestión de selección, aprovechamiento, traslación de material y de cómo dotarlo de rasgos individuales”. Nunca antes había sido tan apropiado lo que afirman Tennyson y Kapuscinski por eso también nunca antes fue más imprescindible que adquiriéramos una visión pluriversalista de nuestra identidad. Eligio Resta en otro de sus libros titulado: La certeza y la esperanza: Ensayo sobre el derecho y la violencia (Paidós, Barcelona, 1995) plantea, entre muchos temas, la urgencia de buscar nuevas normas de convivencia; y en uno de los más bellos capítulos titulado “Tras las virtudes, el derecho”, nos recuerda que para Milán Kundera el arte de la novela (de la Literatura y de la narración en general, agrego yo), es el arte que ha nacido como eco de la carcajada de Dios, y que ese arte ha sabido inventar un espacio imaginario en el que ninguna persona es poseedora de la verdad y en el que todas tienen derecho a ser comprendidas. Al respecto escribe Resta: “El espacio imaginario que cuida de nuestro sueño es uno de los tantos sitios que parecen descender suavemente de la ironía, de la sonrisa de Dios. Únicamente en estos espacios puede la ausencia de la verdad convivir con un lenguaje que mancomuna; y únicamente en esos sueños pueden los lenguajes privados gozar de dignidad sin necesidad alguna de definir los significados ‘verdaderos’…”; y más adelante agrega: “Si no la carcajada, sí que la sonrisa de Dios ha venido a conceder espacios de ironía, y tal vez desde siempre, al pensamiento más racional toda vez que éste descubría, con cierta conciencia agregada, que se enfrentaba a sus propias paradojas. Entonces, el espacio imaginario tal vez sea intermedio entre el entusiasmo y el desencanto, neutro respecto de programas y de cierres cínicos, atento a las ventajas cognitivas, tal vez porque está preparado para los desengaños.”
Me gusta pensar que el Internet nos esta permitiendo ampliar ese espacio imaginario donde ninguna persona es dueña de la verdad y cada una tiene derecho a ser comprendida. Para entrar en ese espacio creo que tenemos que empezar por perder el miedo a narrar nuestros derechos, deseos, sentimientos, pensamientos, indignaciones, sentido del humor y hasta nuestra ira, para aprender a metabolizarla, expresándola por escrito o viviéndola en un medio virtual, lo que es un excelente ejercicio de catársis. Pero además en ese espacio podemos narrar nuestras expresiones de ternura y, ¿por qué no?, también nuestro erotismo, todo en un juego de observación y auto-observación que nos permitirá, a la larga, una mejor comprensión de lo que significa “tener humanidad”.
Inicié este collage con las palabras de Rosario Castellanos, tomadas de su libro: Mujer que sabe latín (Fondo de Cultura Económica, México, 2004), y es precisamente con una larga cita de ella como deseo ir concluyendo: “Cuando nos damos cuenta de la existencia nos damos cuenta de su pesadumbre, de su gravedad. El mundo real se nos manifiesta, fundamentalmente, como obstáculo. Y advertimos que los cuerpos son cuerpos porque son impenetrables. Entre los muchos modos como el humano trata de burlar estas leyes, de estar por encima de estas condiciones, tendríamos que mencionar el arte. Que crea volúmenes sin peso, espacios en los que nos deslizamos con paso de danza, formas que circunscriben –con precisión, con exactitud– el vacío. Entre las artes, las letras, naturalmente. Y entre las letras, algunas que no se conforman con esa tarea liberadora que es la escritura (que duplica como un espejo, lo dado) sino que intentan esa duplicación en otra atmósfera en la que la ironía añade un grado más de libertad a las criaturas que se mueven en ella. Más allá de la ironía está la gracia, donde todo se produce como por milagro, donde ‘no se padece fuerza’…”.
La ley de la ciudad o del Estado, los ejércitos de los prejuicios y del atraso, las costumbres ridículas, obsoletas, imbéciles y cursis, así como nuestro cuerpo físico limitado por el tiempo y el espacio, son obstáculos que nos imponen una barrera a la que solemos llamar realidad. Sin embargo, en la actualidad, para todas las personas que tenemos acceso a Internet (derecho que espero llegará a ser gratuido, libre y universal), existe la posibilidad de viajar virtualmente con nuestro cuerpo electrónico para lograr, en muchos sentidos, eso que el filósofo Jean-Luc Nancy en su libro Corpus (Arena, Madrid, 2010) explica como “el pensamiento que se desnuda”.
Hablando de manera metafórica, como lo hacen Kundera y Resta, podríamos decir que “la sonrisa de Dios ha venido a conceder espacios de ironía” y que, como nos recuerda Rosario Castellanos: “más allá de la ironía está la gracia, donde todo sucede como por milagro, donde ‘no se padece fuerza’…”. Creo que este espacio que se amplía con el Internet es una magnífica oportunidad para optar por la ley de los afectos de la manera más libre y risueña que se nos ocurra, no olvidando que “necesitamos tanto reír porque la risa es la forma más inmediata de liberación de lo que nos oprime, del distanciamiento de lo que nos aprisiona”, y teniendo siempre presente que: lo que no se puede vivir en la realidad se puede experimentar de manera virtual y sobre todo sentir…sentir hasta el fondo.
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