Borges y el sueño...

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  Borges y el sueño del profesor dominicano    
   

“Cierto que es muy agudo. Pero es tan caprichoso; tan arbitrario en sus juicios!!.. De todos modos harás bien en leer a Borges como maestro de idioma y de estilo, pero no creas la mitad de lo que dice” (P Henriquez Ureña en correspondencia con el cubano José Rodríguez, hablando de Borges)

   
         
   

 Pedro Henriquez Ureña (nombre real, Nicolás Federico Henriquez Ureña nacido el 29/6/1884 en Santo Domingo, República Dominicana; muerto el 11/5/1946 en Constitución, Buenos Aires, Argentina) fue un abogado, doctor en filosofía y letras, intelectual, filólogo, crítico, escritor dominicano y sobre todo profesor.

 

                   Su biografía y su relación con la cultura de nuestro país carecen de una representación nítida en la imaginación argentina. Acerca de esta ausencia -podría afirmarse, indolencia y desaprensión, más ignorancia- Borges hipotetizó:

 

Yo tengo el mejor recuerdo de Pedro (...) él era un hombre tímido y creo que muchos países fueron injustos con él. En España, si lo consideraban, pero como indiano; un mero caribeño. Y aquí, creo que no le perdonamos el ser dominicano, el ser, quizás mulato; el ser ciertamente judío -el apellido Henríquez, como el mío, es judeo-portugués-. Y aquí él fue profesor adjunto de un señor, de cuyo nombre no quiero acordarme; que no sabía nada de la materia, y Henríquez -que sabía muchísimo- tuvo que ser su adjunto. No pasa un día sin que yo lo recuerde....

 

                   Llega a Buenos Aires en 1924 a sus 40 años junto a su mujer, la espléndida y joven mexicana Isabel Lombardo Toledano, su pequeña hija Natacha – luego nacería aquí Sonia - y muy pocos bienes en su poder. Se hospedan en una humilde pensión de la calle B. de Irigoyen en esta ciudad.

       

          Aunque ya era un hombre de peso. Profesor y conferencista – y de rechazar el antihispanismo y el imperialismo estadounidense y de soñar con una América Unida – había publicado sus libros Ensayos Críticos; Horas de Estudio; La versificación irregular en la Poesía Castellana; había escrito en diarios y revistas de varios países, participado en la reforma educativa en México y colaborado en la Fundación de la Universidad Popular (Leila Guerriero, Libro Plano Americano; “El Extranjero”). Había vivido en R Dominicana, México, España y EEUU.

 

                   A poco de llegar a Argentina se relacionó con el filósofo socialista Alejandro Korn y el círculo formado por Ezequiel Martínez Estrada, José Luis Romero, Raimundo Lida, Alfonso Reyes. Tuvo discípulos fieles como Enrique Imbert o Ernesto Sábato quien lo recordaba diciendo:

           “Se me cierra la garganta al evocarlo, esa mañana en que vi entrar a ese hombre silencioso, aristócrata en cada uno de sus gestos (...) Aquel ser superior tratado con mezquindad y reticencia por sus colegas, con el típico resentimiento del mediocre, al punto que jamás llegó a ser profesor titular de ninguna Facultad de Letras de Argentina” … “Mi carrera literaria comienza a raíz de una publicación mía que comentaba el libro de Adolfo Bioy Casares “La Invención de Morel” cuando me llamó mi antiguo profesor del colegio, Don Pedro Henriquez Ureña, gran maestro, modelo de lo que debe ser un buen latinoamericano. El fue nuestro maestro de lenguaje, él nos enseñó a usar la palabra justa a rehuir por igual del purismo académico que es anquilosante y la novedad estúpida, nos enseñó a hablar un lenguaje castellano, que sea a la vez expresivo y correcto. Nos enseñó el misterio y la maravilla de la lengua castellana y a leerla con matices propios” (Ernesto Sábato).

 

         Este colectivo literario y filosófico no es casual, habla del alto nivel intelectual de Henriquez Ureña, pero mucho más aún de la Buenos Aires de aquél tiempo que no hubiera sido posible sin el entorno social y cultural de aquél entonces “probablemente la ciudad más literaria del mundo, junto con París. Ambas capitales tienen encima, como segunda piel, una envoltura literaria de mitos, leyendas, fantasías, anécdotas, imágenes, que remiten a cuentos, poemas, novelas y autores y dan una dimensión entre fantástica y libresca a todo lo que contienen: cosas, casas, barrios, calles y personas” (M. Vargas Llosa “Borges y los Piqueteros” Diario La Nación, 12 de abril de 2008)

 

         “La única vez que lo vi perder los estribos fue cuando alguien vino a casa y habló mal de los judíos. Golpeó la mesa con el puño y dijo “en mi casa no permito que se hable de esa forma”. (Sonia Henriquez; hija del escritor, en el libro Plano Americano de Leila Guerriero).

        

         Aquél humanista excelso quizás único en el continente, hubo de viajar durante años y años entre Buenos Aires y La Plata con su portafolios cargado de deberes de chicos insignificantes, deberes que debían ser corregidos con minuciosa paciencia y con invariable honestidad en largas horas nocturnas que aquél maestro quitaba a los trabajos de creación humanística. “¿Porque pierde tiempo en eso? Le dije alguna vez, apenado al ver como pasaban sus años en tareas inferiores. Me miró con una suave sonrisa y su reconvención llego con pausada y levísima ironía “porque entre ellos puede haber un futuro escritor” (Rafael Alberto Arrieta; escritor y profesor universitario argentino “Lejano Ayer” Ediciones Culturales Argentinas).

            

          Publicó veintidós artículos e integró el Consejo de Redacción de la legendaria revista “Sur” de Victoria Ocampo junto a Jorge Luis Borges; Alfonso Reyes, Jules Supervielle, José Ortega y Gasset, Drieu La Rochelle y Eduardo Mallea.

                  

         Junto a Borges escribió “Antología clásica de la literatura argentina”. Borges recordaba “Yo soy tan haragán y tan ineficaz, que Henriquez Ureña hizo todo el trabajo, y sin embargo el insistió en que yo cobrara lo que me tocaba de la venta del libro, lo cual era evidentemente injusto y yo se lo dije” (Leila Guerriero; libro Plano Americano; “El Extranjero”).

 

         «Tengo la impresión de que Henríquez Ureña - claro que es absurdo decir eso- había leído todo, Todo. Y al mismo tiempo, que él no usaba eso para abrumar en la conversación. Era un hombre muy cortés, y -como los japoneses- prefería que el interlocutor tuviera razón, lo cual es una virtud bastante rara, sobre todo en este país, ¿no?». (Jorge Luis Borges)

 

                   “Leía los títulos, la contraportada, los iba ordenando en pilas y olvidando, cuando, de pronto, en un índice advertí que uno de los capítulos de aquel volumen estaba dedicado a un humanista que admiro: Pedro Henríquez Ureña. Comencé a leer esa fascinante reconstrucción retroactiva de la vida del ilustre erudito dominicano a partir de su muerte súbita en el tren que lo llevaba de Buenos Aires a La Plata a dictar sus clases en el modesto colegio en el que se ganaba la vida y ya no pude parar la lectura hasta la última página del libro (Mario Vargas Llosa; “Cuando el Periodismo une verdad y creación”; Diario La Nación; 20 de mayo de 2013).

 

                   “…el será uno de los últimos de su especie, quiero decir esa tradición de humanistas de cultura múltiple y de visión universal, a la que pertenecieron Menéndez Pelayo, Menéndez Pidal, Ortega y Gasset, Alfonso Reyes, Pedro Henriquez Ureña, Octavio Paz y un Jorge Luis Borges. Ya nos los habrá porque el conocimiento en el futuro estará sobre todo almacenado en el éter…. La memoria, el esfuerzo intelectual, serán prescindibles… (Mario Vargas Llosa “Entre Caballeros  Andantes y Juglares -en recuerdo de Martín de Riquer-; Diario El País, España; 13 de octubre de 2013).

 

                   Borges, prologando el volumen Obras Críticas  de Henríquez Ureña, ofreció una versión de su muerte. Fue un recuerdo personal de un diálogo con el ensayista, pocos días antes de su muerte. Sin más, Borges hace jugar el vaticinio:

 

            Yo había citado una página de Quincey, donde describe que el temor a la muerte súbita es una invención de la fe cristiana.

 

            Ureña le contestó con otra figura de la muerte repentina          repitiendo un terceto de la  Epístola moral a Fabio, de Andrés Fernández de Andrada;

 

¿Sin la templanza viste tú perfecta

alguna cosa? ¡Oh muerte, ven callada

como sueles venir en la saeta!

 

           Borges prosigue: «Después recordé, que morir sin agonía es una de las felicidades que la sombra de Tiresias promete a Ulises. Y finaliza

         «No se lo pude decir a Pedro, porque a los pocos días murió bruscamente en un tren, como si alguien -el Otro- hubiera estado esa noche escuchándonos».

 

                   Su “muerte súbita” se produjo en una mañana de sábado de sol alto y cielo azul de otoño en el año 1946 en la estación Constitución de Buenos Aires, a bordo del tren que lo llevaría a La Plata a dar las  clases, que Borges retrata en su libro “El Oro de los Tigres” y en el que deja documentada la profunda admiración que tuvo por este ilustre humanista que llego, vivió y se fue en silencio y quizás, también, el reconocimiento que el estado argentino aún le debe….

  Gervasio Caviglione Fraga

3 de marzo de 2015.

 

EL SUEÑO DE PEDRO HENRIQUEZ UREÑA

El sueño que Pedro Henríquez Ureña tuvo en el alba de uno de los días de 1946 curiosamente no constaba de imágenes sino de pausadas palabras. La voz que las decía no era la suya pero se parecía a la suya. El tono, pese a las posibilidades patéticas que el tema permitía, era impersonal y común. Durante el sueño, que fue breve. Pero sabía que estaba durmiendo en su cuarto y que su mujer estaba a su lado. En la oscuridad el sueño le dijo: “Hará una cuantas noches, en una esquina de la calle de Córdoba, discutiste con Borges la invocación del anónimo sevillano Oh Muerte, ven callada como sueles venir en la saeta. Sospecharon que era el eco deliberado de algún texto latino, ya que esas traslaciones correspondían a los hábitos de una época, del todo ajeno a nuestro concepto de plagio, sin duda menos literario que comercial. Lo que no sospecharon, lo que no podían sospechar, es que el diálogo era profético. Dentro de unas horas, te apresurarás por el último andén de Constitución, para dictar tu clase en la Universidad de La Plata. Alcanzarás el tren, pondrás la cartera en la red y te acomodarás en tu asiento, junto a la ventanilla. Alguien, cuyo nombre no sé pero cuya cara estoy viendo, te dirigirá unas palabras. No le contestarás, porque estarás muerto. Ya te habrás despedido como siempre de tu mujer y de tus hijas. No recordarás este sueño porque tu olvido es necesario para que se cumplan los hechos.

J. L. Borges

   
         
 

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