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  “Las palabras y el tiempo”  por Jorge Vázquez Rossi    
   

Tengo para mí que, en lo básico, el arte en general y la literatura en especial es una búsqueda, un intento de rescate del tiempo pasado y, hasta perdido, un incesante esfuerzo por fijar el instante: el Discóbolo aprestándose a arrojar el disco, los juegos cambiantes de la luz en los pintores impresionistas, las fotografías, imágenes todas que como bien decía el semiólogo Edgar Morin, instalan “la presencia en el seno mismo de la ausencia”. Pero el indiscutible mérito de Proust, al menos en el título, es haber hecho explícito el señalado propósito e intento

Es sabido que la vida es una continua sucesión de momentos, un permanente devenir de presentes, de instantes que acontecen y luego, pronto, se esfuman, hundiéndose y diluyéndose en el vasto mar de la nada, como un puñado de arena que quisiéramos mantener dentro de nuestras manos y que se nos escapa,  perdiéndose. El ser es asediado por el tiempo y condenado a la nada.

El tema de la fugacidad de la existencia ha estado presente desde antiguo en las religiones y, en el terreno de la filosofía ha sido cuestión central de las direcciones existencialistas, bastando citar, a modo de insoslayable ejemplo los altos nombres de Heidegger y de Sartre.Y claro está que los hechos pasados dejan huellas, algunas de ellas imborrables e influyen, en ocasiones condicionándolo, sobre el presente, donde retumba la memoria que, da una suerte de permanencia a lo ya acontecido y que hace que, a través del recuerdo, los revive. Se es lo que se ha vivido, pero también lo vivido se ha conformado con lo leído, por lo que se da una permanente dialéctica entre vida y literatura, entre las palabras y el tiempo. Por eso, puede afirmarse que toda literatura es una búsqueda del tiempo perdido, que se intenta recobrar mediante las palabras.

También en las manifestaciones del arte popular, es una constante la mención, el recuerdo e, incluso la nostalgia por el tiempo pasado, como se nota en varias de las más representativas letras de tangos y en algunas canciones folklóricas.

Lo señalado permite afirmar que, en considerable medida, la obra literaria, se nutre de las vivencias del autor, con aquello que ha sido vivido y, también, leído. Es decir, en síntesis, con las experiencias acumuladas .Uno escribe con lo que es y ha sido. Entonces, está claro, que no será lo mismo relatar las trivialidades de la sociedad pequeño burguesa (el Realismo francés del siglo XIX), que el comportamiento de un capitán mercante ante la cercana amenaza de un tifón; o los preparativos de la rebelión en China, o situaciones de la guerra civil norteamericana o española.

 Las palabras fijan ideas y situaciones, describen acontecimientos y pensamientos, sustrayéndolos del permanente devenir. Por eso la obra es, en la mayoría de los casos, una búsqueda del tiempo perdido, la que al finalizar permite hablar, aunque sea sólo de modo metafórico, del tiempo recobrado, manteniendo la reconfortante ilusión de que, a través de palabras e imágenes, algo de nosotros puede perdurar, trascendiendo ese inacabable fluir que, final e inevitablemente, nos sumirá en la nada. Pero no puede olvidarse que el narrador tiene un poder sobre los recuerdos y, en cierta medida, puede modificar la visión de lo acontecido, y, sobre todo, el sentido y significado de lo pasado, en una alta tarea de recreación.

En resumen; las palabras fijadas en la escritura, son un válido intento de recuperar aquello que el paso de los años, el tiempo, nos hurtó, disminuyéndonos, quitándonos momentos fundamentales de una vida que, sin cesar, se nos va. La narración fija lo acontecido, libera del olvido y, en alguna medida, derrota el desgaste del tiempo.

 Pero también las palabras pueden dirigirse hacia el futuro, prefigurando conductas, modos de comportamientos que responden a lo que se considera como lo debido y lo prohibido, que es lo que sucede con las normas.

En el presente, con los condicionamientos del pasado, se trata de dar una cierta dirección al porvenir En este caso, la dirección de las palabra se dirige y orienta hacia lo por venir, estableciendo, a través de una cierta ingeniería social modelos y ámbitos de conductas futuras. Ya no una búsqueda del tiempo perdido, sino un intento y apuesta hacia lo que vendrá, hacia lo que se considera y valora como lo que debe ser, que es el terreno de lo jurídico.

Santa Fe,2011.

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Santa Fe, 2011.-

 

   
         
 

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