Borges y sus patrias

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  Borges y sus patrias    
   

por Gervasio, Gaviglione Fraga

   
   

 

   
   

      Todo mejoraría entre humanos si descubriéramos el verdadero sentido de ser un ciudadano del mundo o un patriota de los cielos” JLB.

                                       Jorge Luis Borges nació en Buenos Aires y decidió morir en Ginebra, luego de comunicarle días antes por teléfono a Bioy Casares – quien le reclamaba como un niño que desea reencontrar a su amigo para jugar una vez más - que “volviera a casa, porque estoy deseando verte” que no iba a regresar ya que, al fin de cuentas, “cualquier lugar es bueno para morir[1].

                                      Y quizás la elección de ese lejano lugar no fue arbitraria, ya que Ginebra, esa ciudad sin énfasis, políglota, próspera, despreocupada por su propia identidad, donde fue invisible, fue o creyó ser feliz, leyó vorazmente, aprendió idiomas (entre bibliotecas y aulas), nadó sobre el Ródano, anduvo en bicicleta junto a su hermana Norah, hizo amigos y donde se impregnó de la sobriedad, la frugalidad, la corrección y la modestia de sus habitantes no era un destierro para él sino uno de sus inquietantes espejos que siempre recordó con nostalgia por ser para él la ciudad “más propensa para la felicidad”.

                                      Fue precisamente en esos años de su adolescencia en los el flujo del tiempo parece no existir cuando se produjo “El descubrimiento de Suiza; un país que yo quiero mucho y que todo el mundo aborrece no se por qué; el país más civilizado de la tierra… Suiza es un país admirable; un país de alemanes, de franceses, de italianos que han decidido olvidar sus diferencias y que han decidido ser suizos, ser otra cosa. Un país que nunca quiso ser un Imperio, un país que no es nacionalista…[2]

                                      En sus largos 86 años de vida conoció, vivió y permaneció indistintamente y durante largas estancias en diversos puntos del globo – Buenos Aires, Ginebra, Sevilla, Barcelona, Madrid, Paris, Mallorca, Londres, Montevideo, Edimburgo, Adrogué – su arrabal preferido -, Austin, Boston, Nueva York –

                                      El juego, el desplante, a veces la burla, la ironía, la malicia hacia sí mismo – antes que hacia los demás - y sobre todo la ambigüedad de algunas de sus definiciones fueron una de sus marcas registradas y la referencia a su lugar en el mundo no fue la excepción. Hay una imagen de Borges que no se parece mucho a mí. Se piensa en Borges y se piensa en el Tango, a mí no me interesa especialmente el Tango. Se piensa en Buenos Aires. Yo quiero mucho a Buenos Aires pero también tengo otras patrias, puedo pensar en Adrogué, en Montevideo, en Austin, en Ginebra sobre todo; espero tener tantas patrias como ciudades he visitado[3]

                                      Borges quizás sea el único (probablemente junto a Adolfo Bioy Casares, Silvina Ocampo y Juan Rulfo  - tres inagotables viajeros -) y seguramente el mejor exponente del llamado Boom literario latinoamericano de comienzos y mediados del siglo XX que según define hoy mismo Javier Cercas puso patas para arriba a la literatura española[4] – y no sólo a la literatura española - que a diferencia de Pablo Neruda, Octavio Paz, Alfonso Reyes, José Donoso, Julio Cortázar, Carlos Fuentes, Gabriel García Marquez, Jorge Edwards, Juan Carlos Onetti y Mario Vargas Llosa entre muchos otros no necesito partir al exilio o impregnarse físicamente de otra cultura para escribir lo mejor de su obra genial entre los años 20 y 60 (casi sin salir de su ciudad y probablemente siempre en la misma biblioteca) quizás porque Buenos Aires era en ese tiempo “probablemente la ciudad más literaria del mundo, junto con París. Ambas capitales tienen encima, como segunda piel, una envoltura literaria de mitos, leyendas, fantasías, anécdotas, imágenes, que remiten a cuentos, poemas, novelas y autores y dan una dimensión entre fantástica y libresca a todo lo que contienen: cosas, casas, barrios, calles y personas [5] y gozaba de un entorno cultural altamente propicio para sus propósitos universales.

                                               Gracias a los libros que leyó mayormente en Buenos Aires fue un hombre abierto a una envidiable y tonificante convergencia de culturas que - al igual que Dante decía de sí mismo – lo llevaron a pensar que para él el mundo era la patria.

                                      Aunque decía sentirse irreparablemente argentino, Vargas Llosa señala, y tiene razón, que en verdad, a los grandes talentos no los producen los países, y por eso, Borges no es un producto argentino. Resultó de una alianza casi indiscernible de ideas, imágenes, poemas, novelas, ensayos, sistemas filosóficos, teologías, procedentes de muchas lenguas y culturas, de la atmósfera estimulante de una familia, de un grupo de amigos y conocidos, pero principalmente de una disposición o don personal, exclusivo y único, para soñar, fantasear, asimilar las grandes creaciones literarias y ordenar las palabras del español en frases, páginas y libros de extraordinaria precisión e inusitada belleza. Y por esa razón, al igual que Shakespeare y Goethe y Cervantes y tantos otros eminentes creadores, Borges no pertenece a la Argentina sino a todos los que le leen y se deslumbran con su imaginación, su cultura literaria, su elegancia, su ironía y su soberbia manera de utilizar nuestra lengua imponiéndole la exactitud del inglés y la inteligencia del francés sin que por ello pierda el bronco vigor de la lengua castellana[6].

                                      Alicia Jurado, su amiga y quizás primera biógrafa dijo de él Intelectualmente, es demasiado argentino para ser nacionalista y no ha hecho sino heredar la vieja tradición criolla de mirar hacia Europa; reprocharle esta preferencia es ignorar el pensamiento de las generaciones ilustradas que nos precedieron[7] 

                                      Las observaciones literarias de Borges sobre Buenos Aires fueron a veces claras y directas

                                      “Y ese Buenos Aires, que antes era todo Buenos Aires ahora solo se conserva en el Barrio Sur. Un Buenos Aires ya perdido, de casas bajas, puertas con un llamador, una mano de bronce, con un zaguán, con patios

                                      “Serían las once de la noche, yo había entrado en el almacén, que ahora es un bar, en Bolivia y Venezuela” (Historia de Rosendo Juárez”).

                                      “…. Yo camino por Buenos Aires y me demoro, acaso ya mecánicamente, para mirar el arco de un zaguán y la puerta cancel” (Borges y Yo; El Hacedor).

                                         “Que será Buenos Aires? Es la Plaza de Mayo a la que volvieron, después de haber guerreado en el continente, hombres cansados y felices. 

                                        Es el dédalo creciente de luces que divisamos desde el avión y bajo el cual están la azotea, la vereda, el último patio, las cosas quietas. 

                                        Es el paredón de la Recoleta contra el cual murió, ejecutado, uno de mis mayores. 

                                        Es la vereda de Quintana en la que mi padre, que había estado ciego, lloró porque veía las antiguas estrellas. 

                                        Es una puerta numerada, detrás de la cual, en la oscuridad, pasé diez días y diez noches, inmóvil, días y noches que no son en la memoria un instante” (“Buenos Aires”).

                                     “… Una manzana entera hay en mi barrio; Palermo. Una manzana entera pero en mitad del campo, presenciada de auroras, lluvias y sudestadas, la manzana pareja que persiste en mi barrio Guatemala, Serrano, Paraguay, Gurruchaga…” (Fundación Mítica de Buenos Aires).

                                      Y otras oblicuas;

                                      En “La Casa de Asterion” para referirse a temas como la soledad, la duda, la monstruosidad y la angustia describe al Laberinto de Creta como un lugar de galerías de piedra, aljibes, patios y azoteas en indisimulable descripción del Palermo de su niñez.

                                      Y otras, inquietantes y abstractas referencias al concepto de Patria;

                                      “Cinco estudiosos años vivió el arabizado Lane en El Cairo, “casi exclusivamente entre musulmanes, hablando y escuchando su idioma, conformándose a sus costumbres con el más perfecto cuidado y recibido por todos ellos como un igual”. Sin embargo, ni las altas noches egipcias, ni el opulento y negro café con semilla de cardamomo, ni la frecuente discusión literaria con los doctores de la ley, ni el venerado turbante de muselina, ni el comer con los dedos le hicieron olvidar su pudor británico, la delicada soledad de los amos del mundo” (Los Traductores de la Mil y Una Noches)

                                      Su relación con la música que distingue a la ciudad tampoco prescinde de polémicas. Conocidas son sus declaraciones en la que subrayaba su supuesto desinterés por el Tango, su aversión a Gardel – en contraste con la adoración que le profesaba su hermana Norah – a cuya voz le adjudicó la deformación de la milonga; pero quien lo decía era una persona que brindo conferencias sobre la historia, el origen, la etimología y la mitología de ese ritual porteño. Sus opiniones sobre esta música se consideraron siempre duras y acaso injustas. Pero, no hay duda; quien la formulaba de ese modo sabía lo que decía y porque lo decía.

                                      En el año 1961 se le pregunta a Silvina Ocampo                                         “Juzga que el Tango ha tenido influencia en la obra de Borges?

                                      Y la respuesta es contundente

                                      Para mí la obra de Borges ha influido sobre el Tango” (Silvina Ocampo en diálogo con María Esther Vázquez para el Diario La Nación 26 de noviembre de 1961).

                                      Encontrándose en otra de sus patrias, Austin, Texas, se le acercó un cantor uruguayo quien en completa ignorancia de las opiniones borgeanas sobre el arte que ejecutaba le ofreció primero y dedicó después la interpretación de La Cumparsita y mientras el escritor simulaba interés y gusto por aquella melodía, sólo por cortesía y gracias a la educación muy bien recibida desde niño, sin saberlo ni quererlo comenzó “a llorar, porque me di cuenta lo lejos que me encontraba de mi patria”. 

                                     En el plano social y político declaró “Yo tengo ascendencia española, ascendencia inglesa, ascendencia portuguesa, ascendencia criolla, ascendencia judía, ascendencia belga y alguna ascendencia normanda también. Y creo que esa pluralidad de sangres es lo típico de todos nosotros[8]. Ese rasgo distintivo, acaso exagerado en sus palabras, su vasta cultura y su cosmovisión fue el que lo hizo declararse como enemigo acérrimo de todo tipo de nacionalismos y ser confeso anti nazi, anti fascista, anti comunista y también anti peronista.

                                      Siguiendo esa biológica propensión que los humanos tenemos a la nostalgia de la que siempre dejo testimonio en su obra recordaba que cuando fue a Suiza por primera vez, no se le pidió pasaporte alguno para ingresar porque el concepto nación que hoy conocemos, para él, era algo abstracto, general, esquemático, esencialmente político (la más mezquina y pobre de las actividades humanas según definió) algo de lo que abominó siguiendo – sobre todo al final de su vida - un individualismo exaltado, un anarquismo spencereano y rescatando por encima de todo al patriotismo como un sentimiento generoso y positivo de amor a la tierra y a los suyos, a la memoria y al pasado familiar, a los amigos, a los afectos y no una manera de diferenciarse, excluirse y elevar fronteras entre los otros.

                                      A Borges le gustan los puentes. Le gusta ser argentino. Le gusta quedarse como si partiera; partir como si se quedara. En todos sus viajes busca a Buenos Aires como el pájaro busca a su nido y el perro su cucha. En los Estados Unidos, en Inglaterra, en Suiza, en Escocia, en España, encuentra su país[9] dijo Silvina Ocampo de él.

                                      Buenos Aires fue el territorio de sus pasiones y sus desventuras. Allí murió su Padre en los años 30, sufrió un accidente doméstico que casi lo priva de su vida poco tiempo después dejándolo postrado por un buen número de días, fue abandonado por un importante número de mujeres a las que les había declarado su amor incondicional – y a las que les dedico y acaso les debe la inspiración de lo mejor de su obra -, fue perseguido venalmente por el peronismo rebajándolo a la condición de inspector de aves y gallinas para los corrales municipales primero y luego encarceló a su madre, a su hermana y a su amiga Victoria Ocampo, fue perdiendo progresivamente la vista hasta quedar ciego, fue ignorado y a veces vilipendiado seguramente bajo la acusación de no ser un escribidor lo suficientemente nacionalista (hasta que Francia lo elevó a la gloria) por los círculos literarios porteños de los años 20, 30, 40 y 50, fue donde abandonó intempestivamente a su primera mujer Elsa Astete Millán como en las letras truculentas de un tango y fue donde despidió en el departamento de la calle Maipú a Doña Leonor Acevedo, su indulgente y devota madre a mediados de los 70.

                                      Y quizás por ello más que por su obra que fue escrita casi totalmente allí en esos años pueda decirse que Buenos Aires fue realmente su patria aunque él no lo reconozca sin vacilaciones.

                                      Borges decía – y quizás tenga razón – que reditúa más, literaria y estéticamente los sinsabores que la felicidad.

                                      ¿Pero es sano o enfermizo describir las desdichas de Borges en esta ciudad cuando se tiene la oportunidad de conocerla minuciosamente leyendo su hechicera obra y grabando en nuestra memoria un sentimiento que aún perdura?

                                      Mejor es hacerle un dibujo al tiempo y al espacio e imaginarse que Borges camina por Buenos Aires y como en el cuento El Aleph ve a un compadrito de Palermo empuñando un cuchillo antes de un duelo; ve a Haydeé Lange desfilar su belleza y elegancia de rasgos escandinavos por las veredas de Villa Urquiza; ve a Evaristo Carriego caminando por la calle Honduras entonando con curiosa fiebre mágica[10] los poemas de Almafuerte; ve Palos Borrachos, ve Ombúes, ve Palmeras, ve Lapachos, ve Tipas, ve Plátanos, ve los Jacarandas en flor de noviembre de la Plaza San Martín; ve el Puente Alsina junto a Drieu La Rochelle a las dos de la mañana; ve el tranvía que lo lleva a la Biblioteca Miguel Cané con un volumen de la Divina Comedia bajo el brazo; ve la sombra de un árbol en los declives de Barracas mientras mira de lejos el primer Puente de Constitución; ve con irreprimible nostalgia la frágil figura de Macedonio Fernández en un Bar del Once explicar el idealismo del Obispo Berkeley mientras él y Xul Solar lo escuchan embrujados; ve desde su casa la Torre de los Ingleses en la claridad y la tibieza del amanecer; ve a María Kodama esperándolo en el Gran Hotel Dorá para almorzar juntos; ve una carnicería en el Barrio Monserrat, ve los abominables[11] espejos del Café Tortoni; ve dos, tres, cuatro tigres juntos en el Jardín Zoológico frente a Plaza Italia; ve a Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares recitar en un francés acicalado, con voz profunda y quebrada versos de Verlaine y Valery en un departamento de La Recoleta; ve las semejanzas antes que las diferencias de la sociedad porteña: ve a Buenos Aires tan eterna como el agua y el aire y al final del día ve al otro Borges caminando de la mano de su amada Estela Canto en el Parque Lezama, donde van a besarse todos los enamorados.

Gervasio Caviglione Fraga

Enero de 2017.

 

FUNDACIÓN MITICA DE BUENOS AIRES.

Y fue por este río de sueñera y de barro

que las proas vinieron a fundarme la patria?

Irían a los tumbos los barquitos pintados

entre los camalotes de la corriente zaina.

                                                        

Pensando bien la cosa, supondremos que el río

era azulejo entonces como oriundo del cielo

con su estrellita roja para marcar el sitio

en que ayunó Juan Díaz y los indios comieron.

 

Lo cierto es que mil hombres y otros mil arribaron

por un mar que tenía cinco lunas de anchura

y aún estaba poblado de sirenas y endriagos

y de piedras imanes que enloquecen la brújula.

 

Prendieron unos ranchos trémulos en la costa

durmieron extrañados. Dicen que en La Boca.

Fue una manzana entera y en mi barrio: en Palermo.

 

Una manzana entera y en mitá del campo

expuesta a las auroras y lluvias y suestadas.

La manzana entera que persiste en mi barrio

Guatemanla, Serrano, Paraguay y Gurruchaga.

 

Un almacén rosado como revés de naipe

brilló y en la trastienda conversaron un truco;

el almacén rosado comenzó en un compadre:

ya patrón de la esquina, ya resentido y duro.

 

El primer organitos salvaba el horizonte

con su achacoso porte, su habanera y su gringo

El corralón seguro ya opinaba Yrigoyen

algún piano mandaba tangos de Saborido.

 

Una cigarrería sahumó como una rosa

el desierto. La tarde se había ahondado en ayeres

los hombres compartieron un pasado ilusorio.

solo faltó una cosa: la vereda de enfrente.

 

A mí se me hace cuento que empezó Buenos Aires.

La juzgo tan eterna como el agua y como el aire.


 

[1] “Borges” ABC; 2006.

[2] Jorge Luis Borges en entrevista con Joaquín Soler Serrano; año 1976.

[3] Antonio Carrizo “Entrevista a Jorge Luis Borges” año 1979.

[4] El Punto Ciego; Javier Cercas.

[5] M Vargas Llosa “Borges y los Piqueteros” Diario La Nación, 12 de abril de 2008  

[6] M. Vargas Llosa “Farsa Elogiosa Repugnante” Diario El País.

[7]Borges; genio y figura”.

[8] “Borges Para Todos”.

[9] Silvina Ocampo “Imágenes de Borges”.

[10] Prosa y Poesiía de Almafuerte; Prologo de Prologos. JLB.

[11] Tlon Ubar Orbis Tertius; Ficciones. JLB

   
   

 

   
 

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