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Borges y la huella de los gauchos |
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Borges y la huella de los gauchos | ||||
por Gervasio Castiglione Fraga |
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“…. y la victoria es de los otros/Vencen los bárbaros, los gauchos vencen…” (Poema Conjetural; JLB).
“Hay una hora de la tarde en que la llanura esta por decir algo; nunca lo dice o tal vez lo dice infinitamente y no lo entendemos, o lo entendemos, pero es intraducible como una música…” (El Fin; JLB).
“Vivió, eso sí, en un mundo de barbarie monótona. Cuando, en 1874, murió de una viruela negra, no había visto jamás una montaña, ni un pico de gas, ni un molino. Tampoco una ciudad…” (Biografía de Tadeo Isidoro Cruz; JLB).
Del mismo modo en que el historiador Felix Luna en su obra Los Caudillos nos enseña que Quiroga, Peñaloza, Artigas, Guemes, Ramírez y Varela – por no decir el restaurador Rosas - no fueron gauchos sino hacendados dueños de extensas tierras en Argentina y en el Uruguay, que condujeron ejércitos de gauchos; Jorge Luis Borges declara que los cultores de la literatura gauchesca tampoco fueron otra cosa que un curioso don de generaciones de escritores urbanos; hombres de ciudad, la mayoría porteños, que conocieron e intimaron con los gauchos y que, documentados por recuerdos de infancia o de un veraneo decidieron volcar en poemas y novelas la vida de aquellos. “Descartada la guerra con España; cabe afirmar que las dos tareas capitales de Buenos Aires, fueron la guerra sin cuartel con el gaucho y la apoteosis literaria del gaucho” consumada en setenta despiadados años, encendida en los campos quebrados del Uruguay por hombres de Artigas. Buenos Aires les concede un bronce, una calle y olvida a Laprida, a Acha, a Rauch, a Estomba, porque prefiere pensar en un mito cuyo nombre es el gaucho. “La vigilia y los hombres de Buenos Aires producen lentamente el doble mito de la pampa y el gaucho”[1]. ¿Pero a que debemos este género literario tan singular y extraordinario y tan artificial como cualquier otro[2]? Recordemos algo de nuestra Hispanidad. La cultura del Perú y sus satélites, la incaica, tuvo al Inca Garcilaso de la Vega - dueño de una prosa tan limpia, como el aire de los Andes [3] - el primero en reivindicar su condición de indio, español y el primer peruano de conciencia y de corazón que en sus Comentarios Reales (1609) y en la Historia General del Perú (1617) describe las conquistas de los emperadores cusqueños. La cultura mexicana – una mitología de sangre que entretejen los hondos dioses muertos[4] – contó, ya en el siglo XVII, con Sor Juana Inés de la Cruz, maestra fundadora de la lírica, la prosa y el teatro azteca. La cultura rioplatense, la del sur del Brasil, la de las cuchillas del Uruguay, las de las selváticas riveras del Paraná, las del noroeste de nuestro actual territorio y la de las llanuras de la Provincia de Buenos Aires no tuvo antes del siglo XIX un solo poeta insigne, por lo que inspirada en sus desiertos y en los gauchos, crea un género identificado con ellos; hijos sedentarios y casuales de olvidados conquistadores y pobladores, mestizos de indio, a veces de negro, otras de blanco, que aprendieron el arte de las llanuras y de sus rigores, cuyos enemigos fueron el malón, la sed, las fieras, las sequías, la hacienda brava, los campos incendiados y cuyo destino no fue la aventura del cowboy del oeste norteamericano, sino la de servir a un Jefe o una divisa y dar estoicamente la vida por abstracciones como la patria y la libertad, que acaso nunca acabaron de entender[5], en un mundo de barbarie monótona[6] Quizás porque la dura vida de tierra y soledad le impuso a los gauchos la obligación de ser valientes; quizás porque solo tuvieron un lujo y una religión, el coraje; quizás porque a nuestra región le faltó una cultura de la que aferrarnos es que aparece este género que Jorge Luis Borges definió como el más original de este continente[7]. En dirección contraria a su maestro Macedonio Fernández que desdeñaba con bondadosa burla el culto del gaucho (“son un entretenimiento para los caballos[8]) Borges se interesó, leyó y escribió largamente en sus poemas, ensayos, prólogos y cuentos sobre este género de los que – descontadas la obra de Hudson (The Purlple Land), de Mansilla (Una excursión a los indios Ranqueles) y Echeverría (El Matadero) se extraen referencias a: Bartolomé Hidalgo; el montevideano es el iniciador, el Adán del género. Leopoldo Lugones lo censura recordando su condición de barbero, Ricardo Rojas también recuerda desdeñosamente esta actividad, pero pondera su obra, Carlos Roxlo da un paso más y anota que sus composiciones rurales no han sido superadas; Borges olvida sus composiciones y señala que Hidalgo a través del capataz Jacinto Chano y el gaucho Contreras, descubre la entonación del gaucho y ello ya es mucho[9] El Coronel Hilario Ascasubi; el porvenir no ha sido piadoso con él, ni siquiera justo. Arquetipo del poeta gauchesco, sombra tutelar y antigua de Bartolomé Hidalgo, sacrificado por los historiadores de la literatura y por el olvido de los argentinos a la mayor gloria de Hernández, que nos muestra en su obra (Paulino Lucero; Aniceto el Gallo; Santos Vega) a los gauchos del Río de la Plata, cantando y combatiendo contra los tiranos de las República Argentina y el Oriental del Uruguay y que se define por la felicidad y el coraje y la convicción de que una batalla puede ser también una fiesta.[10]. Hidalgo peleó en Ituzaingó, defendió las trincheras de Montevideo, peleó en Cepeda, y dejó en versos resplandecientes sus días y la dura inocencia de los hombres de acción, huéspedes continuos de aventura y nunca del asombro[11] Estanislao del Campo; el más querido de los poetas argentinos, amigo de José Hernández, quien habló en su entierro, (“acaso no creamos enteramente en sus gauchos conversadores, pero sentimos que hubiera sido una felicidad conocer a quien los inventó”) que, en su obra célebre, El Fausto, inspirado en una representación del Fausto de Gounod, registra el dialogo de dos gauchos, uno de ellos, que ha presenciado la ópera y la refiere a un amigo, gaucho también, como si se tratara de hechos reales, dejándonos la más recatada y firme pasión de los argentinos; la amistad varonil[12] La obra es denostada por Lugones y por Rafael Hernández (hermano de José), acusando de ignorancia y de falsedad a Estanislao del Campo, con afirmaciones vinculadas a la auténtica vida del gaucho y a los caballos que ilustra. Borges lo defiende porque dice que en ella hay humorismo y ternura y un alegre sentimiento de la amistad. Y lo elogia “Yo se me indigno de terciar en controversias rurales; soy aún más ignorante que el reprobado Estanislao del Campo… pasan las circunstancias, pasan los hechos, pasan la erudición de los hombres versados en los pelos de los caballos, lo que no pasa, lo que tal vez nos acompañará en la otra vida, es el placer que da la contemplación de la felicidad y de la amistad” que Del Campo documenta a través del diálogo y que eclipsa las descripciones del amanecer, de la llanura y del anochecer y que Borges muta en reflexiones metafísicas “Estanilao del Campo; dicen que en tu voz no está el gaucho, hombre que fue de un plazo en el tiempo y de un lugar en el espacio, pero yo sé que están en ella la amistad y la valentía, realidades que serán, fueron y son”.[13] Antonio Lussich; más cerca de Ascasubi que de Estanislao del Campo, más cerca de Hernández que de Ascasubi, se encuentra el oriental, que escribió un libro felicitado por su amigo José Hernández, Los tres gauchos orientales. Como Lugones sabe que Hernández se inspira en esta obra para la composición del Martín Fierro, reprueba a Hidalgo, a Ascasubi, a Del Campo, a Gutierrez, a Echeverría y elogia a esta obra con los propósitos nacionalistas que le servían para exaltar el Martín Fierro. Borges anota que el mayor interés de la obra de Lussich es su anticipación del inmediato y posterior Martín Fierro. La obra de Lussich profetiza y prefigura, siquiera de manera esporádica y modesta, los rasgos diferenciales del Martín Fierro, mediante la abundancia autobiográfica – en la entonación, en los hechos y en las palabras – de tres veteranos que cuentan sus patriadas.[14] Domingo Faustino Sarmiento fue antes que un educador, un político y un estadista, un extraordinario escritor – cualquiera puede corregir lo escrito por él, nadie puede igualarlo[15] - que en el Facundo, prefigura al gaucho baqueano, rastreador, payador, malevo y pendenciero. Borges interpreta y conjetura que esa variopinta y genial alusión es la cifra y suma de la complejísima figura del gaucho que fue guerrero, que hizo mucho por los crímenes y por la justicia (Paulino Lucero de Ascasubi), que fue soldado, desertor, matrero, salvaje que se oculta en la mera vaciedad de la pampa o en la maraña de los montes y de las sierras (Martin Fierro), que fue jinete, tropero y hombre de paz (Don Segundo Sombra), que fue criminal (Guillermo Hoyo y Juan Moreira) aunque siempre nos atraiga el “rebelde, el individuo siquiera inculto … que se opone al Estado” ya que es una figura patética y valerosa que de algún modo precisamos porque al pertenecer al pasado, podemos venerarlos sin riesgo[16]. Por eso Borges con astucia afirma que legítimamente podemos preguntar “si los gauchos de Guemes, que dieron su vida a la Independencia, habrán sido muy diferente que los que comandó Facundo Quiroga, que la ultrajaron… les faltó el sentimiento de la patria, cosa que no debe extrañarnos. Cuando los invasores británicos desembarcaron en Quilmes, los gauchos del lugar se reunieron para ver con sencilla curiosidad a esos hombres altos que hablaban en idioma desconocido” y añade que en ese libro canónico de la literatura argentina (“No diré que el Facundo es el primer libro argentino, las afirmaciones categóricas no son caminos de convicción sino de polémica. Diré que si lo hubiéramos canonizado como nuestro libro ejemplar, otra sería nuestra historia y mejor”) urgido por la tesis de su argumento, identificó a los caudillos con el gaucho, cuando en realidad eran terratenientes que mandaron a sus hombres a la pelea[17]. Eduardo Gutierrez. ¿Que aporte peculiar fue el de Gutierrez en la formación de este culto de la literatura en lengua castellana?. Borges anotaba en los años 30 del siglo XX que sus obras ralean en los quioscos de la Calle Brasil o Leandro N Alem; ya no le quedan otros simulacros de vida que artículos y reseñas; modos de muerte. El eminente santiagueño Ricardo Rojas en su Historia de la Literatura Argentina no le reconoce otro mérito que el de ser “la personalidad que eslabona el ciclo épico de Hernández” a través de la novela pero denuncia la superficialidad del modelado, la pobreza del color, la vulgaridad del movimiento, la trivialidad del lenguaje, la ligereza de la forma y anota que “la influencia del Martín Fierro sobre sus argumentos gauchescos es evidente en el paralelismo de ambas creaciones”. Borges señala que este último rasgo es, tal vez, injusto y evoca su admiración a las peleas descriptas por Gutierrez. “Las palabras se me han borrados, queda la escena” de dos paisanos que en una esquina de la calle en Navarro se aborrecen a puñaladas toda una cuadra. ¿No es venerable esa invención de una pelea caminada y callada? que pertenece al mitológico personaje Juan Moreira. Destaca además en la biografía del Hormiga Negra; Guillermo Hoyo - a pesar de todas las reprobaciones de Rojas - el no usado, el casi escandaloso sabor de la veracidad de sus líneas y del personaje urdido, por la certidumbre de un hombre en contraste con la pompa sentimental de todas las ulteriores novelas gauchas, sin excluir a las de Gutierrez y al Don Segundo Sombra. Sus novelas pueden parecernos un infinito juego de variaciones sobre los dos temas de Hernández “pelea de Martín Fierro contra la partida” y “pelea de Martín Fierro con un negro”. Cuando se publicaron, sin embargo, nadie imaginó que esos temas fueran privativos de Hernández. Concluye que la prosa de Gutierrez es de una incomparable trivialidad. La salva un solo hecho, un hecho que la inmortalidad suele preferir, se parece a la vida.[18] Ricardo Guiraldes; descontada la amistad personal que tuvieron, el trabajo que compartieron en una revista literaria (Proa) y las profusas aniquilaciones que se leen en el diario “Borges” de Adolfo Bioy Casares que da a su obra cumbre, Don Segundo Sombra, recuerda Borges la cortesía de Guiraldes “la primera forma de su bondad/… la bizarra serenidad/ … tu eres la realidad yo su reflejo… ahí estas mágico y muerto, tuyo Ricardo ahora es el abierto campo de ayer/ el alba de los potros”[19], su generosidad y la lealtad para con los amigos. En cuanto a su obra literaria cumbre, recuerda Borges que Guiraldes le dijo “va a salir un libro mío que va a gustarle a la gente, porque es una criollada”[20] ya que allí se ilustra con nostalgia y exageración épica las durezas de la vida de los troperos. Advierte Borges el influjo de El Payador de Leopoldo Lugones (Guiraldes tenía el culto de Lugones) y señala que abundan en ella, hasta la hipérbole artificial, las descripciones de la pampa y de la llanura. Denuncia, en su ensayo contra los nacionalismos, El Escritor Argentino y la Tradición, que las metáforas de Don Segundo Sombra nada tienen que ver con el habla de las campañas y sí con las de la de los cenáculos contemporáneos de Montmartre que recorrió Guiraldes y que es fácil comprobar en esa fábula el influjo de Kim de Kipling, cuya acción está en la India, que fue escrita a su vez bajo el influjo de Hucleberry Finn de Mark Twain, epopeya del Mississipi y que para tener esa obra cuyo valor no quiere rebajar – al menos en este ensayo – fue necesario que recordara la técnica poética de los cenáculos franceses, para la construcción de este libro argentino, que no es menos argentino por haber aceptado esas influencias. En Don Segundo Sombra, todo es elegíaco (“es una elegía más que una novela”); de algún modo sentimos que cada uno de los hechos narrados - trabajos y tareas cotidianas de hombres rurales - ocurren por última vez (el último duelo a cuchillo, la última doma, el último baile, el último fogón, el último atardecer). Algunos atribuyen – no lo hace Borges – esta circunstancia a que Guiraldes compuso la obra en sus últimos años de vida cuando sabe que pronto morirá. Pese a la veracidad de sus diálogos, Borges señala que la novela está maleada por magnificar las tareas más inocentes. Nadie ignora que el narrador es un gaucho, un chico tropero, de ahí lo doblemente injustificado de ese gigantismo teatral, que hace de un arreo de novillos una función de guerra[21], que describe con énfasis una puesta del sol o que encuentra, como si se tratara de un urbanista, que el pueblo de San Antonio de Areco es demasiado monótono, circunstancia que a su juicio quita autenticidad al relato. José Hernández y el Martín Fierro. Borges señala que Hernández, de tradición y estirpe federal – estanciero, soldado, taquígrafo, periodista, profesor de gramática, polemista, agente de compra y venta de campos, librero, senador y vagamente militar en las discordias civiles de la época- no impresionó a sus contemporáneos, “no ha dejado una anécdota, apenas si nos consta que era corpulento, barbudo, fuerte y jovial”, que nació en San Isidro (hoy partido de San Martín, PBA), vivió enfrente a la hoy parisina plaza Vicente López y que tenía una quinta en el barrio de Belgrano, por donde salía a andar a caballo para adelgazar “al pingo”, según decían con singular malicia sus conocidos. Nada memorable había hecho, salvo una cosa que ignoraba. Sin sospecharlo y sin proponérselo había consagrado su vida entera a prepararse para la escritura de Martin Fierro. Hizo lo único que un hombre puede hacer con una tradición; la modificó.[22] ¿Qué es lo que Borges sabe y escribe de esta obra.? ¿Qué es lo que para Borges modifica Hernández de aquella tradición ahora ilustre de nuestra literatura?. Sabemos que le dedica dos cuentos (El Fin y Biografía de Tadeo Isidoro Cruz), tres prólogos, un ensayo misceláneo que recorre este don literario y un buen número de poemas, para dejar constancia de su veneración a la obra. Sabemos que en su adolescencia llevó escondido el libro a Ginebra porque su madre, salvaje unitaria, lo aborrecía. Sabemos que nos cuenta que Hernández compuso la obra, entre sus bártulos de conspirador, para mitigar el fastidio de la vida de hotel frente a la Plaza de Mayo. Y sabemos por él también que Bartolomé Mitre en una carta muy conceptuosa le dice al poeta “(Bartolomé) Hidalgo será siempre su Homero”. Señala que hoy leemos al Martin Fierro como lo describe y enseña Lugones en El Payador (año 1916)[23], que en aquél momento casi fundacional de nuestra patria elige al personaje como un arquetipo y eleva a la obra como nuestro libro canónico nacional, para que la historia argentina se cifre en sus páginas y no como lo escribió su autor. Reitera que Hernández, fue, como todos los poetas gauchescos, un hombre de ciudad, que alardeaba en sus composiciones, de gaucho y que con ese fin cultivó un tono rústico para diversión de lectores cultos, aunque buscara la atención de la gente de pueblo. La esencial diferencia entre el gaucho payador - descripto por Sarmiento en el Facundo y que Rojas vincula a Hidalgo - y el poeta gauchesco es que los primeros no buscaban ni requerían para sus propósitos el color local y los últimos se pueden encontrar en el Martín Fierro. Estanislao del Campo y Ascasubi habían falseado, exagerándolo, el genuino lenguaje de los gauchos; de todo ello surgió el propósito de un poema en el que un gaucho cantaría con auténtica voz las desventuras y miserias a que lo habían sometido desde el gobierno. En este detalle mixto (la del gaucho Payador y la del poeta gauchesco) se detiene Borge y dice; “Voces, imágenes y alusiones pampeanas abundan en la obra, pero cuando paya con el moreno, la pobre vida de las estancias y de la frontera queda olvidada y se habla de la noche, del mar, del tiempo, del peso y de la eternidad”[24]. El propósito de Hernández – señala Borges – no era literario sino político; en él, quería demostrar mediante la descripción de los abusos del gobierno (era común entonces la leva, una suerte de conscripción arbitraria, que buscaba los hombres en las pulperías y en las tabernas para entregarlos al ejército), que la batalla de Caseros, acaecida veinte años atrás, no había mejorado la pobre suerte de los gauchos (“quería denunciar estos abusos y no halló, venturosamente para nosotros, mejor medio que el verso”). Contrariamente a la índole estoica del personaje, Fierro se queja mucho ya que el propósito político del autor exigía esa repetida quejumbre. Pero ese fin perseguido por su autor fue poco a poco desplazado por “uno de los hombres más vívidos, brutales y convincentes que la historia de la literatura registra”. En misiva a Zoilo Miguens Hernández se confiesa “mi objetivo ha sido dibujar a grandes rasgos, aunque fielmente sus costumbres, sus trabajos, sus hábitos de vida, su índole, sus vicios y sus virtudes”.[25] Al principio el personaje que retrata “es impersonal y genérico y se lamenta mucho para que comprendan que el Ministerio de Guerra lo ha maltratado con inicuo rigor”, por eso no tiene padres (“nací como nace el peje/en el fondo de la mar”), por eso no hace casi alusiones geográficas en sus versos. Quería de algún modo, que su gaucho fuera todos los gauchos, pero gradualmente Fierro se va imponiendo a Hernández surgiendo el duro varón, prófugo desertor, cantor, cuchillero y hasta paladín[26]. Por eso también, modifica el género ya que la compenetración del personaje con el lugar y sus circunstancias es perfecta. Acaso el mayor problema de la literatura gauchesca es el de los paisajes; siempre abundan. Aquí el curioso lector debe imaginárselos; el rústico no puede definirlos, porque los presupone o no los ve “Si un gaucho mira al cielo es para saber si va a llover” dice sabiamente Borges[27]. Hernández lo resuelve instintivamente “sentimos la presencia de la llanura, la tácita gravitación de la pampa, nunca descrita y siempre sugerida” (“y pronto sin ser sentidos por la frontera cruzaron… y cuando la habían pasado una madrugada clara, le dijo a Cruz que mirara las últimas poblaciones y a Fierro dos lagrimones le rodaron por la cara”). Dos tentaciones encontradas acechan algunas obras gauchescas; la una, pretender que el malevo no es tan malevo, sino un pobre hombre nobilísimo de cuyas fechorías es culpable la sociedad. La otra, magnificar las atracciones diabólicas de su historia. De ambos hay célebres ejemplos en la literatura argentina; las novelas cimarronas de Eduardo Gutierrez y, claro está, nuestro Martín Fierro. Aquí encontramos una de las razones – según Borges – del secreto encanto del poema. A diferencia de Martínez Estrada, que en Muerte y Transfiguración del Martín Fierro, señala que desde el punto de vista literario el Viejo Vizcacha es el personaje mejor logrado por Hernández, Borges sostiene que en Argentina este ha contado con muchos discípulos y opta por detenerse en Cruz, el amigo de nuestro héroe. Repara en la amistad de éste y Fierro, rasgo que emparenta a la argentinidad como una noble pasión en muchos pasajes de su obra. Mucho más aún se detiene en otra circunstancia según él admirable desde el punto de vista literario. Cuando a Fierro lo va a buscar la policía rural por las muertes que debía a la justicia y en esa lúcida noche fundamental….se trenza en desigual lucha con ella, abandona su condición de perro gregario por el de íntimo destino de lobo, grita que no va a consentir el delito de que se matara a un valiente y se pone a pelear contra los soldados, junto al desertor Martín Fierro. Borges ha sostenido a lo largo de su obra - y de su paso por esta tierra - que la vida de un hombre puede resumirse a tres, dos, acaso una escena[28], y así lo interpreta en el caso de Cruz a propósito de su decisión de pelear junto a Fierro contra la partida policial, “Bien entendida, esa noche agota su historia; mejor dicho un instante de esa noche, un acto de esa noche, porque los actos son nuestro símbolo. Cualquier destino, por largo y complicado que sea, consta en realidad de un solo momento; el momento en que un hombre sabe para siempre quien es”[29]. Para Lugones, Martín Fierro es un paladín; para Rojas es el último payador gauchesco; para Unamuno es el último conquistador español; para Martínez Estrada es nuestro caballero hidalgo Don Quijote de la Mancha; para Calixto Oyuela un mero compadre y cuchillero de pulpería, lo que demuestra la autenticidad del complejo personaje literario fraguado por Hernández. Para Borges, a pesar de los hechos que eslabonan la obra, hay algo esencialmente noble en el personaje. Por eso, a mi juicio, Fierro nos asombra y deslumbra con su magia verbal; le creemos todo lo que nos dice. ¿Pero porqué para Borges es una obra maestra de la literatura?. Porque el autor procede como según él lo deben hacer los grandes maestros de la literatura; con inocencia, con inconciencia mágica, como si los personajes tuvieran una vida fuera del propósito del poeta; Porque Hernández se oculta, pasa inadvertido entre sus contemporáneos, busca su aislamiento personal, se hace invisible para que el Martín Fierro reluzca: Porque el valor humano y estético del héroe que compone y retrata, con sus luces y sus sombras, es inigualable; Porque, como dijimos, no hay una sola descripción a la llanura, el lector la presupone, como Mahoma presupone la presencia de los camellos que nunca menciona; Porque - como Shakespeare que era empresario y componía sus piezas para los cómicos y no para la crítica literaria o como Cervantes que no buscaba otra cosa que parodiar las novelas caballerescas - no se propuso escribir un libro que las generaciones futuras no se resignaran a dejar morir. Borges; en los años 20, 30 , 40, 50 y 60 del siglo pasado, caminando por las calles de Buenos Aires, encuentra las huellas de los poetas gauchescos y, fiel a su costumbre, en pocas líneas, deja su sentencia; Gutierrez en Hormiga Negra, nos da la certidumbre de un hombre; Sarmiento, en el Facundo, compone una acusación; Hernández, en el Martín Fierro; un alegato; Guiraldes, en Don Segundo Sombra, un acto de fe[30], el caudillo de antes es el demagogo de ahora y el gaucho de ayer es el obrero de hoy[31].
Gervasio Caviglione Fraga Día de la Tradición de 2018 [1] JLB Textos Cautivos; JLB. 1937. [2] JLB; Discusión; El Escritor Argeninto y la Tradición. [3] La Lengua de Todos; El Lenguaje de la Pasión; Mario Vargas Llosa, Diario El País. [4] Poema Mexico; JJB, El Oro de los Tigres. [5] El Gaucho; prefacio de JLB; 1968. [6] Biografía de Isidoro Tadeo Cruz; JLB; El Aleph. [7] Los Escritores Argenitnos y Buenos Aires; año 1937. [8] Macedonio Fernández; JLB; Prólogo de Prólogos. [9] La Poesía Gauchesca; JLB; Discusión. [10] Hilario Ascasubi; Paulino Lucero, Aniceto el Gallo, Santos Vega; Selección y prólogo de JLB; Buenos Aires; Eudeba serie del Siglo, 1960 [11] La Poesía Gauchesca; JLB; Discusión. [12] El Gaucho; JLB; 1968. [13] Estanislao del Campo; Fausto; Prólogo JLB, Buenos Aires, Edición S.A.; 1969. [14] La Poesía Gauchesca; JLB; Discusión. [15] Domingo Faustino Sarmiento; prólogo de Recuerdos de Provincia; JLB; 1944. [16] JLB: El Matrero; Selección y Prólogo; 1970. [17] Domingo Faustino Sarmiento; Prólogo y notas; JLB; El Ateneo Editorial; 1974. [18] Eduardo Gutierrez; Escritor Realista; JLB; Textos Cautivos, año 1937. [19] Ricardo Guiraldes; JLB; 1968. [20] Borges el Memorioso; Antonio Carrizo; JLB. [21] Sobre The Purple Land; Otras Inquisiciones; JLB. [22] José Hernández; Martín Fierro; JLB; 1968. [23] Borges El Memorioso; Antonio Carrizo. [24] José Hernández; Martín Fierro; JLB; 1962. [25] José Hernández; Martín Fierro; JLB; 1962. [26] José Hernández; El Gaucho Martín Fierro; JLB; 1962. [27] JLB; en diálogo con Joaquín Soler Serrano, año 1976. [28] Prólogo de Otras Inquisiciones. [29] Biografía de Tadeo Isidoro Cruz; JLB; El Aleph. [30] Eduardo Gutierrez; Un escritor realista; JLB; Textos Cautivos; 1937. [31] El Facundo; JLB; Prólogo de Progogos.
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