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Un amigo de barro |
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Un amigo de barro | ||||
por Hugo Borgna y Sandra Cervellini |
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En principio, dicho de un modo suelto y en el aire, suena como un título descolgado y, además, no nos convence demasiado tener un amigo de barro ¿De qué podríamos hablar con él si no es de las diversas formas (no tantas en realidad) de mezclar agua con tierra? Pero si llevamos la referencia a la remotísima profundidad de los tiempos, empezará a ser otro cantar. O, yendo al fondo de la cuestión, a cocinar nuestra conexión con él. Si hay algo que despierte simpatía, nostalgia y tantas otras bellas sensaciones, es el horno de barro. Por suerte para nosotros, muchos hemos alcanzado a verlos. Austeros, pacientes, sonriendo con su boca circular aunque no estén en su función específica, los hemos contemplado en provincias donde la tradición siempre es presente. O en nuestra entrañable ciudad en el fondo de alguna casa familiar. La palabra “redondo” se usa muchas veces para definir algo que está completo en su realización, que no necesita agregar ningún detalle de terminación. Y bien, el horno de barro es una concreción “redonda”: pocas veces se ha visto que alguien lo cuestionara como objeto final. Es más, esa sonrisa que conecta su interior con el resto del mundo (de “su” mundo) nos predispone amablemente. No cualquiera pudo como él acompañar a los primeros hombres con utilidad indispensable para la sobrevivencia. No cualquiera ha podido coincidir con esa materia común de nuestro origen y el de ellos: su dureza parece hormigón cuando los horneros concretan su casa de dos ambientes. El horno de barro es un amigo generoso siempre dispuesto a regalar una solución. Sea en el fondo de las cosas, del tiempo y de las casas, es la materia genuina de la tierra; la construcción con él solo requiere ingenio y dedicación. Es tan fácil como queramos, o tan difíciles como lo imaginemos. Como el origen del mundo, de los valores de la naturaleza y de nosotros, es el logro final, amasado con una materia no siempre disponible: la voluntad. Igual que la amistad se presenta en diversos colores, como los matices que tiene la vida de relación. Se podría decir que es al mismo tiempo resultado y herramienta segura para los artesanos y más aún, configura en sí mismo una artesanía, una escultura valiosa y “redonda” y, fundamentalmente, un símbolo. Su simplicidad es tanta que no obliga a nadie a cumplir difíciles requisitos, ni siquiera a una determinada forma; es el emblema de la libertad y del respeto a las buenas bases. Cuando está en funciones, cocina cabalmente su propia esencia y le da al producto que surge un sabor especial, el de la sensación cabal, profunda y amiga. Es una especie de hermano desde lo más hondo de los tiempos, esos que más que conocerse, se intuyen: desde allí el horno de barro encuentra su esencia. Sin más pretensiones que ayudar nos conecta con la mejor verdad que podemos rescatar de nuestra naturaleza: la que dice que todo lo que surge del calor interior es bueno. Como aquél lejano barro inicial del que nacimos, nos resulta grata esa sensación de calidez. Igual que los hornos de barro, necesitamos abrir la boca para hacer que se conozca la enorme fuerza de la humildad, esa que nace en nuestro mejor mundo interior. Hugo Borgna - Sandra Cervellini
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