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José
Luis Guzmán Dalbora es Doctor en Derecho por la Universidad Nacional
de Educación a Distancia, de Madrid; Diplomado en Derecho penal y
Criminología por la Universidad "La Sapienza", de Roma;
Profesor asociado de Derecho penal y de Filosofía del Derecho en la
Universidad de Antofagasta (Chile). Discípulo
del gran penalista hispano Don Manuel de Rivacoba y Rivacoba, Guzmán
Dalbora es hoy un referente imprescindible de la cultura penal
latinoamericana
-Matías Bailone: Dr. Guzman Dalbora, Ud. en su reciente
conferencia sobre la llamada doctrina de la seguridad ciudadana,
además de mostrarnos la psicosis colectiva sobre el miedo al delito
urbano, encuentra la génesis de esto en las prácticas punitivas de
los regímenes totalitaristas de nuestras tierras, que se disfraza con
términos liberales. ¿Hasta qué punto Chile y Argentina comparten el
mismo penoso pasado y el incierto porvenir de estas estratagemas de
las derechas oportunistas y demagogas? ¿Se puede fácilmente
desenmascarar a este ingenioso y diabólico Mago de Oz?
-Dr. Guzmán Dalbora: Creo que es una simplificación atribuir,
no tanto el origen, sino el desarrollo y la expansión de semejante
"doctrina" a los regímenes autoritarios que asolaron
nuestros países en los últimos lustros. Claro es que hay una
indudable vinculación entre las ideologías de la seguridad ciudadana
y la seguridad nacional, según un lazo que advirtió con su
proverbial perspicacia el profesor Eugenio Raúl Zaffaroni hace ya
diez años. El problema, a mi juicio, es que prohíjan e impulsan hoy
estas prácticas penales primitivas no sólo los partidos de corte
conservador, sino también los del centro e izquierda políticos.
Develarla y develarlos no es tarea sencilla, como quiera que el
artífice de estas lamentables propuestas cela su cerviz tras los
grupos de poder que detentan los grandes medios de comunicación
social, un escondrijo harto complejo de minar. No creo descubrir
ningún Mediterráneo cuando afirmo que el pluralismo de la prensa es,
en nuestros países, poco más que una entelequia. Quizá menos
-M. B.: Nuestro admirado Rivacoba decía que "lo jurídico
no es más que un aspecto, un fenómeno de cultura, y de ahí, que su
comprensión requiera o se beneficie de tomar en cuenta todas o las
más varias dimensiones de ésta". ¿Cómo justifica el
minimalismo penal, o al derecho penal como reductor del estado
policial, frente a la cultura urbana contemporánea que tiene tan
asimilado los conceptos maniqueístas de ciudadanos y delincuentes,
como antinomias ante las cuales sólo se puede enfrentar toda una
nomenclatura y pensamientos bélicos?
-G.D.: El imperativo de reducir en lo posible la presencia y
los efectos del Derecho penal en la vida social halla sus mayores
desafíos precisamente en las épocas de crisis y de mayor
desconfianza en el significado ético de las instituciones jurídicas.
Basta pensar en el sombrío panorama que debieron enfrentar los
reformadores del siglo XVIII. Estimo que las dificultades y barreras
actuales, así como el clima de desaliento que infunden cotidiana y
monótonamente los medios de comunicación sobre la comunidad, con sus
pseudo mensajes y aleccionamientos acerca de cómo debiera ser nuestra
relación, o falta de relación, con la delincuencia urbana y los
hombres la protagonizan a menudo sin culpa de su parte, no deben
desanimar a ni silenciar la voz de quienes pugnan por un mejor y más
humano Derecho penal. Y obsérvese que no digo algo mejor que el
Derecho penal, pues este último camino se ha demostrado
históricamente como muy peligroso y hasta abominable.
-M.B.: En su opinión, ¿cuál ha sido el gran legado de Don
Manuel de Rivacoba para el derecho penal liberal de este comienzo de
siglo? ¿Cuál sería el más preclaro homenaje a su pensamiento
filosófico penal? Cuéntenos del libro que se editó en su homenaje,
recientemente.
-G.D.: El libro de homenaje será publicado en el curso de
2003, debido a ciertos retrasos asociados a la gran cantidad de
artículos que recibimos. Ahora bien, la entera obra y la vida y
conducta de don Manuel de Rivacoba son cabal expresión de sus
concepciones liberales en lo político, fraternas en lo económico y
humanas en lo penal. Yo no sabría decidir cuál de entre sus obras le
caracteriza mejor en estos tres aspectos. Tal vez sus opúsculos
"Del liberalismo a la democracia" y "Violencia y
justicia", dos escritos de su madurez que muestran claramente su
coherencia como autor y como hombre, así como su rechazo a subscribir
esas formas de schifosa scienza a las que algunos parecen entregarse
hoy, dando insensible respaldo con el prestigio de la ciencia penal a
disposiciones legiferantes sencillamente tiránicas, como aquellas que
cuestiono en mi conferencia.
-M. B.: ¿Qué opina de la aceptación que el funcionalismo de
Jakobs tiene en la América Latina? ¿Su clara afiliación a Hegel es
un signo de los tiempos?
-G. D.: Puede que sí. Pero las modas científicas vienen y van
en Hispanoamérica. Lo grave sería que no estemos ante una moda, sino
un gesto de desesperación. Creo que la metafísica y la filosofía
moral de Hegel no lo merecen. Menos esa interminable galería de
individuos que deben sufrir penas privativas de la libertad.
-M.B.: Ahora le voy a preguntar por su vida acádemica.
¿Cuándo descubrió que el derecho penal era su futuro? ¿Tuvo un
maestro al cual le impute su destino? ¿Qué mensaje le daría a los
jóvenes que estudian derecho penal en nuestros países?
-G.D.: Mi maestro fue y será siempre Rivacoba, a cuya figura
está ligada indisolublemente mi vocación. Supongo que las bases
profundas de la elección que cada cual adopta en lo que se refiere a
su actividad profesional están dentro de uno mismo, en los secretos
meandros de nuestro mundo intelectual y afectivo. Pero es sumamente
trabajoso determinar hasta qué punto la figura de un maestro puede
ser decisiva a la hora de adoptar la decisión final. No tengo la
pretensión de dar un mensaje sobre el particular, así como eludo en
lo posible dar consejos expresos. Diré tan sólo que en la coherencia
y el rigor del pensamiento y en la rectitud de la conducta de vida de
sus verdaderos maestros, podrá cualquier joven estudioso hallar un
tácito respaldo y orientación para sus inquietudes intelectuales y
morales. Con todo, el propio Rivacoba dijo una vez, y creo que la
afirmación se puede traer a colación respecto de la situación
actual de la Universidad en nuestro continente, que esta es una época
de generaciones sin maestros.
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