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  Dar    
   

Nuria Lisistrata.

 

“Apenas si es necesario destacar el hecho de

que la capacidad de amar como acto de dar

depende del desarrollo caracterológico de la

persona. Presupone el logro de una orientación

predominantemente productiva, en la que la

persona ha superado la dependencia, la omnipotencia

narcisista, el deseo de explotar a los demás, o de

acumular, y ha adquirido fe en sus propios poderes

humanos y coraje para confiar en su capacidad para

alcanzar el logro de sus fines. En la misma medida en

la que carece de tales cualidades, tiene miedo de

darse ,y, por tanto, de amar”     Erich Fromm.

 

La novelista, dramaturga y política Natalia Ginzburg (1916-1991) publicó un libro de ensayos titulado: Las pequeñas virtudes (Alianza Editorial, 1966), del que tomo su punto de vista sobre la  educación de niñas y niños, a quienes recomienda enseñar no las pequeñas, sino las grandes virtudes:

 “No el ahorro, sino la generosidad y la indiferencia respecto al dinero; no la prudencia, sino el valor y el desprecio del peligro; no la astucia, sino la franqueza y el amor a la verdad; no la diplomacia, sino el amor al prójimo y la abnegación; no el deseo del éxito, sino el deseo de ser y saber”.

Ginzburg dice que generalmente hacemos lo contrario; y nos afanamos por enseñarles las pequeñas virtudes, eligiendo así un camino más cómodo y  práctico, pero dejando de lado las grandes virtudes que, a pesar de todo, desearíamos lleguen a tener; y esperamos que éstas  surjan algún día de manera espontánea en  su ánimo, pues creemos que las grandes virtudes son de naturaleza instintiva.

La autora explica que de esta manera olvidamos que las pequeñas virtudes también brotan de la profundidad de otro de nuestros instintos: el instinto de defensa; y olvidamos también que  “lo grande puede contener a lo pequeño, pero lo pequeño, por ley de la naturaleza, no puede en modo alguno contener a lo grande”.

Partiendo de lo anterior me detengo en la práctica del ahorro, concebida como una gran virtud en tiempos de crisis (A propósito, desde que tengo memoria  escucho decir que vivimos en crisis: parafraseando a Walter Benjamin, habría que reconocer que el estado de excepción en el que vivimos es la regla para los oprimidos) y coincido con Ginzburg en que la obsesión por el ahorro puede ser un obstáculo para aprender la generosidad y el desprecio por el dinero; aparte de que corremos el peligro de volvernos avaros, no sólo con el dinero sino también con toda la capacidad de “darnos” en sentido vital; lo cual impide el desarrollo de las “solidaridades significativas” y de los “vínculos afectivos” de los que habla Freud.

En El arte de amar (Paidós, 1988) Erich Fromm nos recuerda que los pobres, en sentido material, muchas veces se muestran más inclinados a dar que los ricos; y si la pobreza extrema  degrada, es  “no sólo a causa del sufrimiento directo que ocasiona, sino porque priva a los pobres de la alegría de dar”. Sin embargo, Fromm nos recuerda que el espacio más relevante del dar no es el de lo material, sino el que tiene que ver con ‘el dominio de lo específicamente humano’.

Ante la pregunta sobre ¿qué da una persona? Fromm responde: “Da de sí misma, de lo más precioso que tiene, de su propia vida. Ello no significa necesariamente que sacrifica su vida por la otra, sino que da lo que está vivo en ella –da de su alegría, de su interés, de su comprensión, de su conocimiento, de su humor, de su tristeza-, de todas las expresiones y manifestaciones de lo que está vivo en ella”. Y agrega que si la entrega es genuina, logrará realzar el sentimiento de vida de la otra persona, exaltando con esto el suyo propio.

Para Fromm, este enriquecimiento mutuo de la vida convierte el dar en una ‘dicha infinita’. Y, aunque no se trata de dar con el afán de recibir, cuando una persona da espontánea y auténticamente no podrá dejar de recibir lo que se le dará a cambio, porque: “Dar implica hacer de la otra persona un dador, y ambas comparten la alegría de lo que han creado. Algo nace en el acto de dar, y las dos personas involucradas se sienten agradecidas a la vida que nace para ambas”.

Enseñar a niños y niñas que “No es rico el que tiene mucho, sino el que da mucho”, como nos recuerda Fromm; y que ese dar tiene más que ver con emociones, humor, conocimiento, sentimientos, experiencias; y menos con el dinero, es enseñarles una gran virtud: la generosidad de darse a sí mismos y de regalar con gozo todo aquello que nace de sus personalidades únicas e irrepetibles.

Esto lo saben las personas maduras que han logrado una orientación productiva y conocen la sensación de potencia que provoca darse espontáneamente. Esas personas no tienen miedo de entregar su vitalidad y de enseñar las grandes virtudes de las que habla Ginzburg, pues saben que son estas las virtudes imprescindibles para que niños y niñas lleguen a ser futuros ciudadanos y ciudadanas no de un país sino del Mundo. Limitarnos a enseñar las pequeñas virtudes es coartar las posibilidades de las futuras generaciones.

 

   
         
 

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