¿De vuelta a las cavernas?

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  ¿De vuelta a las cavernas?    
   

por Vicente R., Ceballos

   
   

 

   
   

¿DE  VUELTA  A  LA  CAVERNA?

     El presidente de Francia, Francois Hollande, advirtió a los representantes del G-20, reunido recientemente en Australia, que un fracaso a la hora de enfrentar el calentamiento global podría llevar a la guerra, motivo por el que solicitó a los países que integran el grupo a actuar antes de la conferencia sobre cambio climático a realizarse en París en 2015. En  esa oportunidad se firmaría un acuerdo global con el fin de evitar que el planeta experimente un calentamiento de hasta tres o cuatro grados centígrados que, según Hollande, “podría llevar a una catástrofe, sino a la guerra”.

    Es de suponer que la máxima autoridad gala se maneja con información suficientemente confiable en la que respaldarse para tamaño anuncio. De ser así, la humanidad estaría frente a un desafío de alcance global que comprometería a todos los países, marco en el que, sin embargo, no se darían condiciones ideales en ese orden de cosas. Es conocido que las mayores potencias, altamente industrializadas, no están dispuestas a comprometerse en los términos necesarios para reducir a dos grados las emisiones de gases causantes del efecto invernadero. Gravitan en esa postura economías y políticas de los países del caso, cuyo empeño es trasladar a las naciones en desarrollo el aporte que ellos se niegan  dar. A cambio, aportarían a un fondo financiero de ayuda para que afrontaren los efectos del cambio que los afectaría.

El hombre y su naturaleza

    Admitido que sea real la amenaza de una catástrofe, natural o bélica, ¿qué cosa explica, por parte de los  factores de poder global, el dar largas al asunto  causante de la alarma? ¿O es que, por ejemplo, una eventual modificación del patrón existente respecto del uso de combustibles fósiles y otros gases, en tanto determinantes del cambio climático, impondría, necesariamente, reformas estructurales de deducible significación e impacto en órdenes diversos, económicos, políticos y sociales, a nivel mundial?

    Es difícil imaginar variantes significativas en el orden imperante, pero lo que está en evidencia es que en ésta, como en otras graves encrucijadas de candente actualidad, se revelan, crudamente, condicionantes de la naturaleza humana más cercanas a un individualismo antisocial de rasgos primitivos y violentos que al altivo “homo sapiens” de nuestros días.

    La sociedad humana es presa de complejos conflictos de arrastre  que, a la par de crecer en sí mismos, generan otros, profundizando aún más las problemáticas                                       producto de la indiferencia, la discriminación, la intolerancia, el racismo, el abuso de poder y un exacerbado materialismo. En el marco creado por intereses cruzados y la presencia inmanente de la corrupción en todas las formas, todos los males son inabordables con fines prácticos rectificadores, racional y moralmente impulsados. Así de simple.  

La dirección en que marchamos

    ¿Nos alejamos de las cuevas que habitaron nuestros ancestros o tornamos a ellas? En todo caso, ¿qué cosas pueden dar asidero válido a la esperanza de cambios relevantes en  orden a la vida y futuro digno de los humanos? La enumeración de rubros que conforman el pasivo del balance del recorrido humano puede dar pie a reflexiones respecto del interrogante.

    En primer lugar corresponde ubicar el disimulado problema del irrefrenable crecimiento demográfico Somos ya muchos (7.200 millones) y seremos más en un planeta finito y amenazado por el cambio climático, la deforestación, el agotamiento de recursos naturales, la contaminación (aire, tierra, agua), etc., más los efectos diversos de los hábitos de un consumismo desaforado y la excluyente preocupación por satisfacerlo a cualquier costo.. Giovanni Sartori (“La Tierra explota”, 2003), dice: “Cuanto más seamos, más consumiremos; cuanto más consumamos más contaminaremos”. Pero no creamos que se agota en esto la cuestión, da para mucho más.

    Los conflictos políticos y/o bélicos se repiten en la agenda de un mundo que se agota en si mismo, demostrando aquello de que, en definitiva, el hombre es víctima de sus propios actos. Solo que padecen inocentes, nunca quienes fomentan la violencia.. Sobre los restos de víctimas y destrucciones sobrevuela la industria armamentista, que tanto provee a ejércitos nacionales como a las guerrillas, al terrorismo y al crimen urbano, y es partícipe necesario en el contrabando mundial de armas.

    Siga la suma. Posible en gran medida por la corrupción en los poderes institucionales de los estados y la organización lavadora del dinero criminal que incluye a estructuras financieras, el narcotráfico gana espacios legitimados de algún modo en las sociedades víctimas indefensas de sus actividades. Las crisis de los estados nacionales, desfinanciados por las sangrías de la evasión y las rapiñas y aprovechamiento delictivo de los poderes públicos, la disolución de los vínculos sociales, de los lazos familiares, la insolidaridad,  el deslucido papel de la justicia y de las representaciones institucionales y civiles, etc., todo  lleva las cosas a un solo punto: el que propone un angustiante interrogante sobre el destino humano.

    Deberíamos preguntarnos sobre qué basamento se construye el mañana. Cuánto nos importa la niñez  víctima de abuso y explotación inicuos, al igual que el vil comercio de seres sometidos a esclavitud diversa. Todo es parte de una realidad saturada de violencia de variado tipo, formas y niveles que la prensa refleja, la estadística registra y resumen críticamente los organismos internacionales; pero ¿qué se hace realmente para combatir esa criminalidad organizada?

    Se ha dicho que “nuestra mente se ha quedado atrás respecto a los nuevos entornos que hemos creado”. Benito Arruñada, economista y catedrático español, desarrolló el tema en  una obra sobre la naturaleza humana y las instituciones. “Existe –sostiene- una brecha entre  las demandas de un medio relativamente nuevo y una mente adaptada a un medio ancestral muy diferente, en el que nuestros antepasados vivían agrupados en pequeñas bandas que se dedicaban a la caza y la recolección”. En resumen, evolucionaríamos más despacio que nuestras tecnologías. De lo que se desprendería un evidente atraso. Déficit que en tal caso no alcanzan, muy por el contrario, a reducir nuestras instituciones. Ellas, quizás más que otra cosa, evidenciarían no un fracaso sino la inutilidad de su existencia.

    VICENTE R. CEBALLOS

 Rafaela, 07/Dic./14.

   
   

 

   
 

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